viernes, 16 de septiembre de 2011

44. Una pequeña historia de amor...

Era una de esas mañanas de primavera, cuando el universo está derrochando sus galas de sol, calor, flores y buen tiempo... Era un día claro, luminoso, preñado de promesas de futuro... Era el final... y el comienzo... de la mañana... Mientras tomaba tu mano entre las mías... Tu mano, que siempre me había parecido fuerte, y tal vez un poco tosca, con tus cicatrices de "manitas arreglalo todo", y con su increíble capacidad de hacerte sentir bien... Tu mano, tan hermosa en su imperfección, estaba entre las mías, con el calor de la esperanza y de la vida...

El mundo seguía girando fuera de la habitación de hospital, que daba al jardín de las monjas, y aquél había sido nuestro consuelo, durante las últimas dos semanas: comprobar que día a día, la primavera triunfaba en el mundo exterior... y me devolvía la esperanza en un milagro, en una curación que se encontraba más allá de los límites de la ciencia...y, por supuesto, de la religión... Nunca he sido religiosa, ni tampoco he creído en cosas como la redención, el perdón de los pecados, ni mucho menos en la vida eterna... Y, sin embargo, los últimos meses me habría convertido a cualquier creencia, por extraña que fuera, con tal de recuperar la esperanza...

Cáncer... aquella maldita palabra, que nos había robado el futuro... No debería estar permitido que una persona joven enfermara... Y menos aún a los veinte años, cuando hay tantas personas viejas por el mundo, que mueren por consunción... O cuando nos hemos conocido hace tan poco tiempo, que no tenemos apenas recuerdos juntos... Un año... doce meses y seis días, con algunas horas: eso es todo el tiempo que hemos disfrutado...

Lo justo para conocernos en la Biblioteca Municipal, cuando los dos pedimos el mismo libro, "Rimas y leyendas", de Gustavo Adolfo Bécquer, en el mostrador... La sorpresa de compartir un autor clásico... El roce de nuestras manos, mientras nos empeñábamos en que el otro cogiera el libro... "No, cógelo tú... yo lo he leído varias veces, y me encanta...", me decías... "No, en serio, yo también lo he leído...", te respondí yo... "Cógelo, hazme ese favor..." Y yo no me creía que tú lo conocieras, o que lo hubieras leído... con tu mono de mecánico de coches, y algunas manchas de grasa bajo las uñas, no me lo creía... Hasta que no me dijiste: "Mira la rima IV..." y empezaste a recitarla de memoria, no me lo creí..."No digáis que agotado su tesoro, / de asuntos falta, enmudeció la lira; / podrá no haber poetas; pero siempre / habrá poesía..." La bibliotecaria, por mucho que disfrutase con nuestra conversación, nos aconsejó que nos fuéramos al bar de la esquina, para seguir hablando, o a nuestra mesa, si preferíamos quedarnos allí...

Y nos fuimos los dos, a las seis de la tarde del 28 de enero de 2010... El bar estaba casi vacío, por lo que nos acomodamos en una pequeña mesa con tapa de mármol (después de pasar los dedos por la parte inferior... por si las moscas: los dos habíamos leído "La Colmena", y nos acordábamos de las lápidas...), y estuvimos allí media hora, hablando, cómo no, de literatura... Me dejaste pagar a mí... y como estábamos en plena época de exámenes (tú con la FP de mecánica de automóviles, y yo con primero de Periodismo en la UCM), intercambiamos los móviles, con el compromiso de mandarnos un mensaje para quedar otro día y seguir charlando...

Aguanté dos días sin llamarte, entre otras cosas porque estaba desbordada con "Pensamiento político universal" y con el trabajo de "Redacción Periodística"... y justo cuando estaba a punto de hacerlo, recibo tu mensaje: "¿Nos vemos mañana, en la Biblioteca Municipal? Estaré allí sobre las seis de la tarde..." Siempre he sido una romántica empedernida, lo reconozco, y por eso, me apetecía verte... aunque casi no te reconocí: ibas de punta en blanco, con tus botas, tus pantalones vaqueros, la chupa de cuero y una camiseta de "Iron Maiden"... Justo el tipo de "chico malo" que me gusta... Aquella tarde, en la Biblioteca, estuvimos varias horas, intentando estudiar... porque en el fondo, estábamos mucho más pendientes del otro, que de los apuntes... Me gustaba perderme en tus enormes ojos verdes... y me preguntaba cual sería el sabor de tus labios... o el tacto de tus manos sobre mi piel...

La primera vez que pronunciaste mi nombre, Beatrice, sonó distinto... y me recordó mucho la manera que tenía mi padre de llamarme, cuando estábamos solos en casa... y sin la tristeza de sus últimos días... Tu nombre sonaba bien en mis labios, "Federico, a secas..." y no soportabas los diminutivos... Empecé a frecuentar la biblioteca de Carabanchel más a menudo, al menos dos tardes en semana nos citábamos para estudiar juntos, y descansábamos un rato a media jornada, para compartir un pincho de tortilla y una caña, en "nuestro" bar...

¿Que si fue un noviazgo tradicional? No lo sé... yo nunca he sido una mujer tradicional... y ya es un poco tarde para cambiar... Solo puedo hablar por mí, es cierto... Y sí, me enamoré de Federico, lenta pero inexorablemente... Su voz era dulce y profunda... Sus ojos, verde aguamarina, que me traspasaban... Su pelo, largo, encrespado y negro como una noche sin luna... Ya desde la cuarta vez que nos vimos, me imaginaba el tacto de sus manos sobre mi piel... En el mes de marzo vimos la tercera de "Millenium", no nos gustó demasiado a ninguno de los dos... y empezamos a salir solos... intercambiamos correos electrónicos, llamadas, mensajes...

Hicimos una escapada a la costa en Semana Santa, a Benicassim, con otra pareja de la facultad... aunque no hicimos gran cosa, salvo pasear por la costa, y la segunda noche, sentados en un banco iluminado por la luna, te besé... Sí, fui yo quien tomó la iniciativa, y no me arrepiento de ello... Sonará a tópico, pero terminamos la noche en mi cama... Yo escogí, el "cuándo", el "dónde" y el "cómo"... ¡Eras tan tímido, amor! Incluso se diría que te daba corte acariciarme, recorrer mi cuerpo con tus manos, notar el tacto de mi piel contra la tuya... ¿Que si yo había preparado el viaje, para hacer el amor contigo? Bueno, no exactamente... pero las cosas salieron así... y no me arrepiento...

Tú vivías en un piso compartido, con otros dos estudiantes de FP... Ambos solteros y sin compromiso... Según mi amiga Magnolia, me estaba metiendo "en un campo de nabos"... ¡Sois tan predecibles, los hombres, y tan fáciles de provocar, de manipular! La segunda noche que pasé contigo, después de hacer el amor, me fui a la cocina con mi pijama de verano (el super corto), para beber un vaso de agua... Casi podía escuchar sus pensamientos, mientras me veían pasar desde el sofá del salón... A la mañana siguiente, salí de la ducha envuelta en mi toalla blanca, tal vez un pelín corta y un pelín ceñida.... Soy muy mala, lo sé...y disfruto con ello... Pero tú eras mi único amor...

Lo que más me gustaba de ti, Federico, era descubrir cosas juntos: tus ansias de explorar la vida eran muy contagiosas... Gracias a ti, he conocido a Michael Moorcok, Maturin, Melville, Ella Fitzgerald, Boney M... y cientos de cosas nuevas... Cada minuto, a tu lado, incluso en los momentos finales, ha sido irrepetible...

Te entregué mi corazón, y mi alma... Tal vez eramos demasiado felices juntos... y la propia vida tenía celos de nosotros... Guapos, jóvenes, con ilusiones, con futuro... y amándonos... Me entregué a ti, sin condiciones... Llegó el invierno y, con él, la enfermedad... aquella maldita frase, "cáncer de médula"... y llegaron las sesiones de quimio... y de radio... Hicieron las pruebas, buscando un donante... Tu hermana resultó compatible...

Y aquí estamos, amor... Tu mano entre las mías... La esperanza... Mientras me inclino suavemente hacia ti, para besar una vez más tus labios... Entonces, abres tus increíbles ojos verdes, y me miras... y me sonríes...

Entonces, tengo la certeza de que, para nosotros, habrá un mañana...

domingo, 4 de septiembre de 2011

43. EPÍLOGO: LAS MUJERES DE MI VIDA...

Algunas veces, es bueno tener tiempo para hacer balance… Sobre aquellas personas que te han aportado cosas interesantes, que han llenado silencios, y te han enseñado a pensar, a ser libre, a luchar por tu independencia… Pero sobre todo, a buscarte… y a descubrirte… Por eso quiero hablarte de ellas… De las mujeres de mi vida…
Laura, mi madre… La nuestra no deja de ser una relación de amor/odio, o incluso, de mutua dependencia… No la puedo imaginar sin su bata blanca, detrás del mostrador de la farmacia, despachando a los clientes mientras yo la miraba desde la trastienda… Como en la serie “Farmacia de Guardia”, salvo que mi madre es tan morena como yo… Y posiblemente, igual de cabezota… Y de independiente, que no en vano se lió la manta a la cabeza, y en vez de ponerse a trabajar de cajera en el supermercado, pide un préstamo al banco (avalado por mi abuelo Federico), y se pone a estudiar la carrera de Farmacia, sin que haya ningún precedente familiar…
Es la misma cabezonería, que le permitió llegar hasta el final en sus proyectos de seducir a mi padre… porque fue ella quien se enamoró de él a primera vista… de aquél mecánico de mono manchado de grasa que, con la fiambrera en la mano, le aseguraba a su padre que sabría comportarse, y respetar las normas de la casa… y que ni siquiera tenía claro si ella era real, o una aparición…
Esa testarudez, que también demostró su utilidad, cuando hubo que convencer a su marido de que la mejor manera de prosperar, de mejorar su situación, era seguir estudiando, apuntarse a clases de FP en el turno de tarde/noche, para conseguir un diploma que acreditase sus conocimientos… Y que le preparaba cafetera tras cafetera en época de exámenes, y le acompañaba en el metro al taller, antes de abrir la farmacia…
Quizás por eso, porque se conocían tan bien, porque se amaban tanto, resultó mucho más duro cuando les comunicaron el diagnóstico: cáncer… y además, de páncreas, uno de los más mortales, en un plazo corto de tiempo… Y así fue…
Laura se quedó destrozada por la muerte de mi padre… Durante dos años, ha perdido las ganas de vivir, de luchar… A base de suplementos vitamínicos, de aromaterapia, flores de Bach, Reiki, y de otras técnicas parecidas, y de lágrimas, de muchas lágrimas, cuando cree que no la oye nadie, lo ha ido superando…Y hemos discutido, para mí no era fácil el permanecer al margen, mientras ella se hundía… Ahora, con su pandilla, “Las Valkirias de Carabanchel”, está recuperando la ilusión por la vida, por hacer cosas nuevas, y quien sabe, tal vez así se perdonará a sí misma por haber vivido…
Mi tía Agustina… no sé, es la típica mujer de su tiempo, que lucha entre unos ataques de realismo salvajes, casi iluminaciones, que le van mostrando aquellos aspectos de su vida que no le gustan, y se empeña en cambiarlos… y un carácter tremendamente romántico, que la hacen enamorarse incluso del aire… Necesita sentir… descubrir… y ser descubierta… que la mimen… y mimar…
Por suerte, Félix, su marido, la adora… Igual que sus dos hijos, y sus tres gatos consentidos… pero lo más importante, es que siempre ha estado a mi lado… Poco importa que fuera en persona, o por mail, en cada momento malo… o bueno… o extraño… Siempre ha tenido una palabra, un beso, un abrazo, dispuesto para mí… Aunque es más mayor que mi madre, su alma, su espíritu, es tremendamente joven… Y no se escandaliza de nada… Ni de mis sentimientos, ni de mis actos, o mis pensamientos… A veces, soy yo quien lo hace… cuando me habla de coberturas de chocolate y nata montada… de escapadas románticas con su marido… o de sexo tántrico… Por cierto… mi tía Agustina es inspectora de Hacienda…
Isabel… Mi dulce y tierna Isabel, que tanto me enseñó sobre el amor y sobre el sexo… Al final, pude localizarla a través de la red… Sus apellidos no eran fáciles de confundir… Y hemos retomado el contacto… Igual que yo, ha tenido diversos amantes… Ahora está casada, con otra mujer, y tienen dos hijos, un niño y una niña… De alguna manera, hemos retomado el contacto, y nos hemos acostumbrado a chatear casi todas las tardes…
Y Claudia… Mi querida y amada Claudia… Hemos pasado un mes y pico sin vernos… Y casi todo ese tiempo me lo he pasado llorando por dentro… Porque no he sabido nada de ella… He intentado ser fuerte, racional, lógica… He tratado de embrutecerme con los trabajos de la facultad, que las musas perversas han ido sugiriendo a los profesores, para que no perdamos la costumbre de “pensar por nosotros mismos”… He recordado una y mil veces cada uno de los momentos que hemos pasado juntas, para analizar mis sentimientos, y los suyos, desde el primer momento en que nos vimos… He tratado de adivinar lo que ella iba pensando de mí… El significado de sus palabras, de sus besos, algunos de ellos robados de sus labios…
Durante todos estos días con sus noches, desde que le mandé estas páginas por correo ordinario, he estado esperando una respuesta, sin atreverme a llamarla siquiera, porque no sabía dónde encontrarla, y tampoco quería molestarla, si prefería cortar conmigo… ¿Cómo se puede añorar, echar de menos, lo que nunca se ha tenido?
Y de repente, el domingo pasado, 21 de noviembre… A las cinco en punto de la tarde… Sonó el timbre del telefonillo… Y escuché su voz… “¿Puedo subir?”… Cuando abro la puerta, la veo, sin maquillar, con su melena negra recogida en una coleta, un jersey de cuello vuelto negro, pantalones vaqueros y botines de cuero… Con una mochila a la espalda… Y un patito de goma verde en la mano derecha…
No, lo siento mucho, querida lectora constante, no te voy a dar más detalles… Solamente puedo decirte que ahora tengo dos patitos de goma en la bañera, para mis rituales de domingo… Y que Claudia y yo cogimos a Rocinante, para ver atardecer juntas, desde la colina del parque de Juan Carlos Iº…


42. QUERIDA CLAUDIA…

Con esta historia, de alguna manera, se cierra el círculo… No me quedan palabras… ni sentimientos… Solo me queda esperar… A que ella vuelva… Y mandarle esta historia… Y esperar su respuesta…]

Como podrás suponer, esta es una de tantas historias que jamás publicaré, que se han ido derechas a los marasmos de mi archivo secreto… pero que de todas formas, tenían que ser escritas… por mí… y para ti…
Todo sería mucho más fácil, si no nos hubiéramos distanciado durante las últimas semanas, no sé si ha sido por culpa de tu trabajo… o porque has adivinado, de alguna manera, los confusos sentimientos que has generado en mí…
Claudia… lo siento, pero ya no puedo estar más tiempo lejos de ti… y permanecer en silencio… No… no puedo ni quiero callarme… Pero al mismo tiempo, tengo miedo de tu rechazo, de que encuentres alguna excusa, para no responder al teléfono, o abrirme la puerta, si voy a verte… Además, siempre cabe la posibilidad de que te hayas ido a uno de tus larguísimos viajes por media España, y demasiados paises extranjeros…
Por eso, te he comentado un par de veces que estaba pensando en convertir en novela los artículos de mi blog y, como sé que te gusta leerlos, te he pedido que leyeras la primera copia… Es cierto, vivo en una dualidad… Por una parte, sueño que estoy contigo, que me puedo mostrar tal y como soy, tal y como siento, a tu lado… Y que tú sientes lo mismo… Que los roces furtivos mientras vemos una película en el cine… O las sutiles caricias al pasear juntas por el Retiro… Incluso la forma en que de vez en cuando me miras cuando piensas que yo no te estoy viendo… O mil y un detalles que creo detectar en ti revelan mucho más que las palabras… Y de verdad sientes algo por mí… aunque por alguna extraña razón, no te atreves a decírmelo…
La segunda posibilidad sería que necesites alejarte de mí… porque no sientes nada por mí, salvo una molesta incomodidad… Que te has dado cuenta de mi enamoramiento… Pero que no sabes cómo decirme que salga de tu vida…
Por eso,  te escribo esta historia… Para retirar el último velo… Que puedas saber lo que siento, y desde qué momento… Cómo me he ido enamorando de ti, lenta, dulcemente, sin darme casi cuenta de lo que estaba pasando… Pero hoy, no me queda más remedio que permitir que la verdad salga a la luz… Y esperar, de alguna manera, tu respuesta…
Sabes, Claudia… Durante estas semanas lejos de ti, he ido atando cabos… He localizado a Isabel… Y me he acostado con “mi Antonio”… Pues, al volver de su estancia en Londres, hemos quedado en su casa para merendar… Bueno, al menos, esa era la idea original… pero de todas formas, creo que los dos lo estábamos deseando, ya desde el curso pasado…
Ha sido algo hermoso, dulce, tremendamente dulce, y sensual… Los dos, acariciándonos sin pudor alguno en su dormitorio, y haciendo el amor lentamente… “Mi Antonio” es un amante tierno, comprensivo… Por unos instantes, creí que era él la persona adecuada para mí, y que yo era perfecta para él… Sus suaves embestidas me hacían enloquecer de placer… Pero entonces, justo cuando los dos alcanzábamos el orgasmo… He gemido tu nombre… Y he imaginado vívidamente lo que sentiría al hacer el amor contigo, Claudia… Al despertarme a tu lado una mañana… O compartir una cálida y espumosa bañera…
Soy una trapecista que salta sin red, sobre el vacío, a la espera de que tú me salves… del olvido… Esperaré, por lo tanto, callada… y enamorada… tu respuesta…  querida lectora constante…

41. RECORDANDO A MI PADRE ( 3)

Esta es una de las últimas entradas del diario, y posiblemente, del blog… Ya he contado casi todas las historias que me importan… y sobre todo, termino de despedir a mi padre, Marzio Golden De Angelis… Todo lo que escriba después, lo sé, será importante… Pero no tanto… como estas líneas que se extienden bajo tus ojos…

A veces, me gustaría preguntarle a Laura, más cosas sobre lo que sintieron al conocerse, si hubo una extraña energía saliendo de los poros de su piel, al mismo tiempo que descubrían que estaban hechos el uno para el otro… O si fue algo más tranquilo, dicen que “el roce hace el cariño”, y vivir juntos bajo el mismo techo, los dos con poco más de veinte años… Imagino que mi tío Bautista también tuvo su participación en el romance, bien como “protector de la honra de mi hermana”… o haciendo de celestino, transmitiendo a los dos tortolitos los mensajes que no se atrevían a decirse cara a cara… De lo que estoy segura, es de que respetaron las leyes de la casa, y que no hubo contacto físico excesivo porque… ¡Menudo es mi abuelo Francisco! ¡Es casi tan bueno como mi abuelo Massimo, dando collejas!
No fue sencillo para ellos, sobre todo porque si de verdad pretendían casarse (en 1978, no eran tan liberales como ahora), necesitaban ahorrar lo más posible… Marzio hacía horas extra en el taller, puesto que contribuía a los gastos de la casa, aunque estaba tan integrado en la familia, y eran tan evidentes sus sentimientos hacia Laura, que en ningún momento pensaron en cobrarle un alquiler por la habitación… Y mi madre, una vez terminados sus estudios de Farmacia en 1977, consiguió empleo en una botica cercana, la regentada por doña Elvira Sánchez, quien finalmente se la traspasó en 1983…
Fue un buen año, por muchas razones: porque a mi padre lo ascendieron a mecánico de primera en el taller, y le subieron el sueldo; porque mis abuelos maternos y paternos (incluso mi tía Agustina) colaboraron para pagar el primer plazo de la farmacia; porque consiguieron un piso en la calle de la Oca, cerca del metro (con hipoteca, por supuesto); y porque el 15 de octubre de 1983, Marzio y Laura se casaron en la Parroquia de San Isidro Labrador. Por lo que me han contado, fue una ceremonia hermosa, sencilla, y con una moderada afluencia de parientes… lo que no impide que se llenase casi entero un autobús de línea con familiares y amigos del pueblo, puesto que mi padre había mantenido el contacto con su familia, y casi todos los veranos los pasaron allí[1]. Más de cuarenta personas, que se repartieron por muchas de las pensiones del barrio y por casas de amigos…
La ceremonia transcurrió sin novedad, aunque mi padre estaba temblando por dentro, al recordar que era su hermana Agustina quien se había encargado de todos los preparativos, y los vagos y resacosos recuerdos de la despedida de soltero, que celebraron una semana antes, aunque él solamente conservase recuerdos borrosos de tan magno acontecimiento… y la responsable del banquete de bodas, en la Casa de Extremadura (en la avenida de Carabanchel Alto)… No pasó nada, al margen de los típicos petardos, de los puñados de arroz lanzados con mucha “mala follá”, y de unos cuantos bocinazos al salir de la iglesia, propinados por los compañeros del taller… La mayor sorpresa fue el medio de transporte elegido de la iglesia al restaurante, ya que detrás de un grupo de amigos, con un extraño bocinazo salido de los albores del siglo XX, apareció la impresionante figura de un viejo conocido: el Ford Modelo T de 1908, que mi padre ayudó a restaurar, y que viajó hasta Madrid en tren, sobre todo por cuestión de velocidad puna… Y, como no podía ser de otra manera, mi tía Agustina estaba detrás del volante… El camino hasta la Casa de Extremadura fue espectacular, y muchos conductores se quedaban mirando fijamente a aquél dinosaurio de la automoción, que paseaba sus 75 años de vida como si fuera el rey del asfalto, y en cierta manera, lo era[2]
Durante el banquete, todo fue bien… Hasta que una turba de amigos, capitaneada (como no podía ser de otra manera) por mi tía Agustina, se empeñó en cortarle las dos ligas a mi madre,  y la corbata a mi padre… Creo que no les hizo mucha ilusión… Luego llegaron los brindis, los discursos, los bailes… Mi padre siempre fue muy patoso, pero aquella tarde se desenvolvió bastante bien con el vals… y al llegar al tercer cubata, creo que habría bailado hasta un chotis… Y mi madre, siempre tan loca por moverse y bailar y disfrutar, capitaneó una endiablada conga, en la que incluso el padre Felipe se dejó llevar… Era más de la una de la madrugada cuando mis padres, escoltados por un puñado de irreductibles galos, llegaron a su casa, a su auténtica casa en la calle de la Oca… Mi tía les llevó con el Ford Modelo T, que desde luego no pasaba desapercibido, y con una extraña sonrisa, les invitó a que subieran solos y tranquilos… Mi padre estaba un poco asustado, pues se había dado cuenta de la repentina ausencia, en mitad del banquete de mi tía y de una decena de amigos, que volvieron sigilosamente un par de horas después…
Sin embargo, nada de lo que habían imaginado les podía preparar para lo que encontraron al traspasar el umbral… Cientos de velas, sobre platitos, iluminaban la casa, por todos los rincones… Miles de pétalos de rosas y claveles cubrían por completo el suelo, incluso en la cocina y los baños… La nevera, que ellos habían dejado vacía, estaba llena de comida: embutido, cava, queso, uvas, higos, dátiles… En el comedor había un mueble de más: una televisión de 20 pulgadas… Y faltaba uno, la cama cutre que usaban como sofá, que había sido sustituida por un tresillo… y también se había materializado una mesa de comedor y seis sillas… En su dormitorio, una gran cama de matrimonio, con las sábanas recién puestas, y más pétalos por todas partes, les esperaba (nada que ver con la que dejaron en casa aquella mañana…) ¡Pero si habían instalado una mampara de ducha en el baño principal! Junto a la cama, en dos escabeles, se encontraban dos albornoces de ducha blancos, un juego de toallas, y unas zapatillas…
Y entonces comprendieron por qué la gente les había entregado una cantidad tan pequeña de regalos, o de sobres… Porque la lianta de mi tía Agustina ya lo había recaudado casi todo en el pueblo, y en Madrid, y llevaba dos semanas pagando el alquiler de un guardamuebles, para poder cambiarles todo lo viejo y reciclado que había en el piso,  de alguna manera, conseguir un nuevo comienzo para ellos… Y fue entre llantos, pero de alegría, como se despidió de mis padres, después de explicarles la trama, y desearles una noche de bodas memorable… Sobre la que nunca quisieron dar detalles…
A la mañana siguiente, el domingo 17 de octubre de 1983, se levantaron por primera vez de su espléndida cama… Y descubrieron el último regalo de mi tía: un cachorro de galgo blanco y negro, adoptado a través de una protectora, al que llamaron “Trasto” en honor de mi tía… Y se fueron a San Sebastián de luna de miel, poco más de una semana, lo suficiente en todo caso para enamorarse de aquella ciudad… El 3 de noviembre de 1985 nació mi hermano Gerardo (también conocido como “la triple G”, ya sabes, Gerardo Golden García)… y el 23 de mayo de 1990 nací yo…
Durante 17 años, he podido disfrutar del amor incondicional de mis padres, de mis abuelos, y de mi hermano… He tenido varias mascotas, aunque la que más recuerdo es “Cachivache”… He reído mucho, y he llorado más veces de las que me gusta recordar. Me he enamorado, como bien sabes, querida lectora constante, unas cuantas veces… He sufrido… he perdido a seres queridos… He vivido…
En marzo de 2007, y por culpa de unas molestias, mi padre fue al médico de cabecera… Y le mandó unas pruebas urgentes… Se las hicieron en el Hospital de la Princesa… Las repitieron en el Gómez Ulla… Y las dos coinciden: se le ha desarrollado un tumor en el páncreas… inoperable… y le quedan como mucho seis meses de vida, si acepta someterse a quimioterapia y radioterapia… Lo hace, varias veces… Pierde más de 30 kilos en pocas semanas… Se le cae el pelo… Sufre… Lo ingresaron varias semanas en la Unidad del Dolor… Pero insiste en volver a su casa, para morir tranquilo…
Los últimos días, los pasa conectado a una bomba de morfina… Yo no me quiero separar de su lado, mi hermano ha pedido un permiso en la plataforma petrolífera, y mi madre ha contratado un suplente en la farmacia… Mi padre muere, completamente lúcido, un lunes de octubre… A mediodía… y yo estoy en el instituto… y mi madre está sola en casa… Se cumple el pronóstico de los médicos. No recuerdo casi nada de los días posteriores a la muerte de Marzio, salvo la impresión de que algo va tremendamente mal en el mundo, cuando mi padre muere… y sigue habiendo tanto hijo de puta suelto…
Lo enterramos en Extremadura, en Azuaga, en nuestro pueblo… La Iglesia del Cristo del Humilladero estaba repleta de gente, yo perdí la cuenta del número de personas que hicieron cola para darnos el pésame… Aunque él hubiera vivido tanto tiempo en “la capital”, seguía siendo el hijo del “signore Massimo”, era uno de los suyos… Vi muchísimas caras, incluyendo a mi primo Miguel… a mi prima Martita, guapísima incluso vestida de negro… a mi tía Agustina, que o bien miraba al suelo, o bien al ataúd de su hermano… a cientos de personas anónimas, en cuyas caras se leía la tristeza… Y allí estábamos nosotros: mi madre, mi hermano, mis cuatro abuelos, y yo… deseando que todo eso se terminase ya… que nos dejasen en paz… para poder terminar de llorarle, y enterrarle en la intimidad… aunque eso era bastante complicado en un pueblo de 10.000 habitantes… donde todo el mundo conoce a “los italianos”…
Puede que mi padre no fuera la persona más culta del mundo, ni la más lista… Pero siempre le ha gustado leer… y leerme a mí, incontables cuentos desde muy niña… Siempre me ha animado a descubrir cosas por mí misma, a explorar, a soñar el mundo… Mi padre no me llevó a muchas exposiciones, es posible, pero le encantaba el arte, la pintura (sobre todo El Greco, la de veces que fuimos a Toledo, para admirar “El entierro del Conde de Orgaz”…), y la fotografía (por él conozco a Sebastiao Salgado, Man Ray, Uka Lele, Robert Cappa…). Le apasionaba la música, desde la clásica, hasta Blind Guardian… Y también le gustaba el cine, menos las pelis de terror, que esas tengo que verlas con mi madre… o con mi tía Agustina…
Era una persona buena, no se me ocurre otra forma de describirlo: una persona buena… En su trabajo era muy serio, y muy eficaz, es algo en lo que coincidían todos: mi madre, sus compañeros, los clientes, los jefes… En casa, jamás he oído voces, o gritos, ni siquiera silencios dolorosos y culpables… Y en más de una ocasión, he escuchado a mis padres hacer el amor, entre pequeños jadeos, para que yo no les oyera… Y sin embargo, al hacerlo, al escucharles, me he sentido bien… Los dos se repartían las tareas de la casa, menos la plancha, que a él se le daba mal… y limpiar azulejos, algo que mi madre odia… y que sigue odiando… Mi padre me enseñó muchas cosas… A leer… A escribir… A pensar por mí misma… A soñar… A luchar… A intentar ser feliz… A montar en bicicleta… A volar cometas en el cielo del atardecer… A lanzar avioncitos de papel desde el campanario de la iglesia… A defender mis ideales… A perseguir los sueños…
Solo se me ocurre una persona igual de importante en mi vida: mi tía Agustina… Es un espíritu inquieto, un alma libre, una soñadora… y fue mi mayor refugio cuando murió mi padre… Igual que Laura, mi madre, se fue a casa de sus padres unos días en Navidad, cuando terminamos de cribar la ropa que donamos casi toda a un asilo, y los libros de mecánica (están en un instituto de Formación Profesional)… En su casa de Villaviciosa de Odón, mejor dicho en su chalecito, con su gran jardín, lleno de plantas y árboles, con sus tres gatos castrados “Blanco”, “Negro” y “Gris” … Mirando el estanque con las carpas japonesas… Félix, su marido, vendrá después de la consulta (es acupuntor), y sus dos hijos veinteañeros, Xela y Rómulo, están  ahora con los abuelos…
Y yo estoy sentada en la hierba, descalza, igual que ella… Inclinada sobre el estanque, en mitad de la pasarela… Noto una bola de lágrimas que me está consumiendo por dentro, desde hace muchísimo tiempo…pero no puedo llorar… No he llorado desde que Marzio murió… Y es entonces cuando mi tía Agustina se arrodilla detrás de mí, y empieza a acariciarme el pelo… y me dice algunas palabras en italiano… “Tu devi piangere, principessa… Per lui... e per té…”[3]

Y empieza a llover… pero el cielo está impoluto… Y comprendo que son mis lágrimas quienes rompen la superficie del estanque…


[1] [Conociendo a mis abuelos, y a todos sus amigos del pueblo como los conozco, estoy segura de que mi madre siempre se sintió querida por ellos, en todo momento… y tampoco descarto que los cancerberos les dejasen al menos unos minutos solos, para compartir largos y hermosos besos…]
[2] [Después del convite, el coche fue sometido a una puesta a punto especial, ya que el 18 de octubre participaba en un peculiar rally para coches de época por las calles de Madrid, siendo el punto de origen y la meta el Paseo de Coches del Parque del Retiro. Obtuvo un honroso tercer premio, pilotado por mi tía Agustina, y mi tío Bautista de mecánico y copiloto. Posteriormente, inició una nueva carrera artística, participando, el coche, en series míticas de la televisión española como “Ramón y Cajal”. En la actualidad, está en el Museo de Vehículos Históricos Vall de Guadalest… y sigue actuando en algunas bodas…]
[3] [“Debes llorar, princesa… Por él… Y por ti…”]

40. UNA TARDE CUALQUIERA…

De todos los mensajes que me han mandado en los últimos meses, de todas las historias que he imaginado o vivido… creo que esta ha sido la más sorprendente… Quizás porque se refiere a Magnolia, mi mejor amiga… y a mi hermano Gerardo… “Te lo juro por Snoopy”, que me quedé helada al recibir su correo, ya desde la plataforma petrolífera en el Mar del Norte… Y lo que más me ha molestado no ha sido precisamente el que decidieran salir… sino la forma de comunicármelo… ¿Después de tantos años de amistad, no pueden confiar en mí lo suficiente, como para abrir sus corazones mientras disfrutamos de una copa de helado, o de una puesta de sol? Por eso, mi pequeña venganza consiste precisamente en publicarlo, como si fuera una historia más…

Querida Beatrice… Hoy te contaré una de esas historias que tanto te gustan, de amores complicados y sentimientos difíciles… De protagonistas inverosímiles… Sucedió una de aquellas tardes de verano… en las que tiempo y espacio no tienen importancia,  y se funden en la calima… Con la impresión de que no solo las horas, sino los minutos y los días, se repiten “hasta el infinito y más allá…”, aunque ese infinito se limite a las dos semanas de vacaciones… Pero de todas formas, necesitan muy poco para ser felices: les basta con estar juntos…
Por una vez, él le ha llevado flores, dos docenas de claveles rojos y blancos, y ella es, simplemente, su amor, su chica… La ve acercarse como si estuviera memorizándolo todo: a él, su forma de andar, las flores, ese momento… Desea preguntarle qué ruido hace un corazón al romperse de placer, cuando el mero hecho de ver a alguien te llena de una forma que la comida, la sangre o el aire jamás podrán hacer, cuando uno se siente como si hubiera nacido para un único momento, ese preciso momento… el que está compartiendo con la persona que está a su lado… Cuando el mundo, de repente, se estrecha, se reduce, y todo lo demás (el sol, la gente, la lluvia, los pájaros, las voces, sobre todo las voces, pero no las risas) deja de existir, de tener sentido…
No hacen falta palabras, todo está dicho entre ellos, las miradas toman el control, y realizan desde la distancia un etéreo baile de besos de mariposa… Se acarician, suavemente, mientras ella se acerca, con el sol poniente refulgiendo a sus espaldas, destacando su vestido de algodón blanco, y el sombrero de paja; sandalias y bolso blancos completan su atuendo… Nunca la ha visto tan hermosa… Y jamás se ha sentido tan viejo…
Amor otoñal, sueño imposible que, de todas formas, se realiza… Un encuentro casual que reúne a dos personas que durante tantos años jamás se habían encontrado… y vuelto a perder… a pesar de vivir en el mismo edificio… Aquella niña delgaducha y carilarga, con patitas de alambre en vez de piernas que él medio recordaba de su adolescencia, también ha ido cambiando con las estaciones… Y él ha visto la metamorfosis… A los catorce, era la segunda más hermosa de la pandilla… la más guapa siempre fue Beatrice, mi hermana… A los dieciocho, una adolescente menudita, de inmensos ojos negros y larga melena rubia, de formas exquisitas, apenas veladas por aquella envoltura de ropas negras que se ha puesto el último invierno… Pero con el verano, llegó la metamorfosis…
Hace dos semanas, se quedaron encerrados en el ascensor… Nos quedamos encerrados… Ella, Magnolia, con sus diecinueve primaveras… Y yo, con mis treinta y siete inviernos… Fue como vernos por vez primera… Como redescubrirnos… Al principio, creo que no nos atrevíamos ni a mirarnos, mientras la sirena de alarma se apaga con un triste pitido, por la falta de baterías…
No me siento del todo cómodo, encerrado, con ella, en un ascensor tan pequeño… Y como tanta gente, no sabemos ni dónde mirar… Comenzando en el suelo, me fijo en sus pies, menudos, calzados en unas sandalias de cuero… Despacito, voy subiendo por sus piernas, exquisitamente torneadas… Creo que con los años, me he vuelto un poco fetichista… No concibo una mujer hermosa, si no tiene las piernas y los pies bonitos… Pero sus rodillas son hermosas… y sigo escalando… y llego a sus muslos, firmes, bronceados… Una minifalda vaquera interrumpe mis ensoñaciones, moldeando hasta la perfección una cintura exquisitamente torneada… Y su ombligo… pequeño, proporcionado, anuncia una extensión de piel virgen, su cintura… Una blusa de algodón blanca cubre sus pequeños pero exquisitos senos… Y alcanzo su cuello… Y su boca… Su nariz, excelsa…  Y mis ojos azules se hunden en sus ojos negros… Magnolia… Me quedo sin palabras, ella espera que yo diga algo… Quizás incluso la intimido, pues aquella mañana de agosto llevaba mis pintas habituales de ir al gimnasio, ya sabes, vaqueros, botas, camiseta heavy, el casco de la moto en la mano…
Pero su sonrisa deshace cualquier miedo… El mundo parece esfumarse alrededor nuestro… Al rozar su mano, una corriente extraña recorre nuestros cuerpos, y miles de imágenes se enroscan, como los zarcillos de una parra, alrededor de nuestras almas, y los dos sabemos, de alguna manera, que la búsqueda ha terminado… Y cuando hablamos, las palabras surgen de las profundidades…
“Te conozco… Te he conocido toda la vida… He estado esperándote… Esperando a que aparecieras… Todos estos años he estado esperándote…” “Ya te conocía antes de nacer…”
¿Y por qué estas palabras, y no otras? ¿Lo de siempre, un “cómo has cambiado…”, algo así de original? O bien un comentario ingenioso pero alabador, sobre su aspecto... Pero no… nuestras bocas se abrieron… solo para pronunciar aquellas extrañas palabras… En aquél momento, nos cogimos de las manos, y estuvimos un buen rato mirándonos, intentando quizás comprender cómo era posible que nunca antes nos hubiéramos visto de aquella manera… Y después, al comprobar que por la hora nuestro encierro iba para largo, porque Pablo estaría durmiendo la siesta, y apenas quedaban vecinos en el edificio, extendí mi cazadora de motorista en el suelo, coloqué encima mi casco, y como un galante compañero, le cedí el asiento… Aquél fue el comienzo…
No fue una manera demasiado cómoda de empezar una relación, pero salimos de aquél ascensor cogidos de la mano, amoldando nuestro caminar, hacia uno de mis lugares favoritos del barrio, la heladería, con sus mesitas en la acera, y las grandes sombrillas rojas y blancas… Pasamos el resto de la tarde hablando… Descubriendo aquellos recuerdos en común, que de alguna manera pronosticaban nuestro encuentro… Las fiestas de cumpleaños de Beatrice… Aquellas noches en las que os llevaba en coche hasta la discoteca… O varias mañanas que nos encontramos en la cocina, después de haber pasado las dos toda la noche estudiando para la Selectividad… Y cuando faltaba una hora para el ocaso, nos fuimos en mi Harley al Parque Juan Carlos Primero, para despedir al sol desde la colina de hierba…
Dos semanas, quince días, de paseos, de besos robados, de hundirme en tus ojos negros, buscando en ellos la verdad… Sobre mí mismo… Y sobre ti… Ya solo me queda otra semana de permiso, y tendré que marcharme de nuevo… Lo sé, Beatrice, no te gusta hablar del tema, no quieres dejar que la realidad se infiltre en nuestro mundo… Pero tendré que hacerlo, regresar a la plataforma petrolífera en el Mar del Norte… Y no volveré hasta dentro de dos o tres meses… Lo sabes, Magnolia, que ese era el motivo de mis desapariciones, de mis viajes… Aunque eso no será lo más complicado ni lo más duro…
No… Lo peor será explicarle a mi hermana pequeña, Beatrice, que estoy saliendo con su mejor amiga… que me he enamorado completamente de ella… Y pedirle que te cuide en mi ausencia…

39. CON UN BESO DE MIS FRÍOS LABIOS…


Algunas veces, me gusta mezclar el amor con la muerte, y plantearme si hay un “más allá” para los enamorados… Y de vez en cuando, surgen versos, casi siempre algo tristes… y otras, historias como la que estás a punto de leer…



En las entrañas de la tierra, en ese horror que llaman Metro, sentí una mirada en la nuca, me di la vuelta, y pese al ardiente vagón repleto, supe que era ella quien taladraba mi cerebro, robándome al mismo tiempo el corazón y el alma, mientras nuestros ojos se contaban una antigua historia... No tendría más de quince años, diecisiete a lo sumo, con el largo, lacio y descuidado cabello, cayendo en cascada sobre el rostro pálido, de hoyuelos marcados, inmensos, profundísimos, negros y almendrados ojos, cuello de cisne adornado por una gargantilla de terciopelo también negro, con un camafeo de porcelana, cazadora de cuero, y un extraño vestido negro...



"Por fin te encuentro, me dijo... Tanto tiempo buscándote, sin ver la luz del sol, tantos meses y años, circulando por el Hades... Y estás aquí, en el primer vagón de la línea 5... ¡Tenía tantas ganas de hablar contigo, de verte, de besarte! ¿Ya no me recuerdas? Normal... Hace tantos años...Yo no he cambiado, pero tú... sí lo has hecho...

Aquella primavera de mis dieciséis... Yo era romántica, apasionada, absoluta... Y llegaste tú... el nuevo profe... Y contactamos enseguida, con aquél primer poema de Bécquer, que leíste en tu segunda guardia con la clase... Las fieras no querían callarse, pero tu voz, armónica, obró lentamente el milagro, y te escuchamos... ¡Dios, la de tonterías que se piensan de joven! Me enamoré de ti, ¿sabes?, sin apenas conocerte, creo que fue porque me hiciste comprender la poesía, amar la literatura, y me animaste a pensar por mí misma... Jamás olvidaré nuestra lectura del final de "Cyrano de Bergerac"... Aquella fotocopia que compartimos, tus palabras, sus versos, tu voz... mi voz... Sí, de acuerdo, alguna duda tuvimos, pero las fieras callaron...

Hundir mis ojos en los tuyos, profe, entregarte mi corazón, mi alma entera... sin decirte jamás una sola palabra de las que llenaban mi pecho... Cuatro meses de amor, cuatro meses de gloria, de esperar toda la semana para que vinieras a mi clase... continuar en la segunda fila, ¿recuerdas? ¿Junto a la ventana, iluminada por el sol?

Y buscar en la biblioteca los autores que mencionabas: Khalil Jibran, Tagore, Richard Bach, y tantos otros...  Pero un buen día, te despediste de nosotros, y leímos aquél fragmento de "Romeo y Julieta", con tanto desgarro, que la clase entera se quedó en silencio primero, y después nos regaló una estruendosa ovación... Tenías razón, profe, la tinta, la poesía, amansa a las fieras... y a veces, incluso, consigue que piensen por sí mismas...

Al despedirte, recuerdas, me regalaste un libro antiguo, "Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana", y marcadas, las que compartimos durante el curso... ¡Pero qué bobo eras! ... y qué tierno... Te pusiste rojo como la grana, cuando en tu despacho, me fuiste a besar en las mejillas... y yo giré la cara, y te robé un beso en los labios... con aroma a café con leche y donut... Aquél verano, leí compulsivamente, devoré varias veces el libro entero... memorizando muchas estrofas, por tenerte más dentro, recordando tu voz... y lo extraña que sonaba en la clase, primero con el ruido, y después... en el silencio... Ese era tu don: callar a las fieras, y funcionaba bien, pues nos hacías sentir, no sé... distintos... importantes… quizás incluso más buenos… De vez en cuando, te gustaba hacer el ganso, ¿recuerdas? Y te ponías a interpretar, tú solito, la escena del balcón, siendo a la vez Julieta… y Romeo… Y lo que en otro profesor habría sido una cursilería, en ti quedaba especial, íntimo… A veces nos hablabas de los viejos tiempos en la radio, y en vez de terminar la clase, comentabas algunos reportajes en “El ojo crítico”… Y nos invitabas a investigar, a descubrir las cosas por nosotros mismos… quizás eso era lo mejor de todo…



Te extrañaba tanto, que en septiembre empecé a buscarte, en la web, en listados de profesores... y a finales de octubre, me llamó una amiga, para hablarme de ti, del poeta, del "silenciador", que había llegado a su centro... ¡Eras tú! Tenía tantas ganas de verte, que corrí al Metro... No sé lo que pasó, profe... Quizás fue la puta bota, mal atada... o el vuelo del vestido... Me resbalé... Caí rodando por la escalera... Y con el último peldaño, me partí el cuello... No sufrí, al menos... Morir así... A los dieciséis... Con un libro de poesía en la mano, y en los labios el recuerdo de un beso...

Tenía ganas de verte, de estar contigo una vez más, tantas ganas, que me quedé allí, observando cómo se llevaban mi cuerpo, mi libro… No hubo luz blanca al final del túnel, ni nadie vino a recogerme… Por eso, me quedé aquí… circulando por los mil y un andenes, trenes, estaciones de la red de Metro... Buscándote sin cesar... Durante todo este tiempo…

¡Cómo iba yo a saber que ni siquiera estabas en Madrid, pues cambiaste de trabajo y de ciudad! Mas hoy, por fin, después de tantos años, te veo... Me recuerdas, lo sé... ahora sí... por el libro... No llores, profe... que no tienes la culpa de nada... Déjame, solamente, susurrarte una última estrofa, y robarte un último beso... Pues con un beso de mis fríos labios, me despido de ti... O quizás no... Para siempre…"



Y eso hizo: noté un gélido beso en los labios, escuché el fragmento de un verso ("Mi corazón no os dejará ni un segundo..."), y se desvaneció, delante de mis ojos, con un susurro de tela, y un tenue aroma a Nenuco... Como si nunca hubiese existido…



Y aquella extraña sensación, por aquél recuerdo de más de veinte años, me hizo soñar de nuevo... Con dragones… y princesas… y ogros buenos…

38. LOS CAMINOS SECRETOS DE LAPIEL.

Ya no me quedaba más remedio que  admitir mis sentimientos por ella, por Claudia… Cualquier otra cosa sería un error, y una mentira… No, Claudia, ya no puedo más… Incluso en la distancia sigo pensando en ti… Y en mis fantasías, tú compartes mis sentimientos…

Son ya demasiados días, demasiadas semanas sin verte… El trabajo, tus viajes, mis vacaciones… Los escasos momentos de felicidad arrancados al carapocha, las breves llamadas desde cualquier lugar del mundo, en esas semanas has viajado a Londres, París, Roma, Ámsterdam, Málaga, Venecia… y cada una de ellas la he marcado con una pequeña bandera roja, en el mapamundi de mi habitación… Y si hay algo que he comprendido, Claudia, es que si fuera capaz de amar a alguien en este momento, sería a ti… Eres el fruto prohibido, cuyo sabor jamás conoceré... Eres mi ancla con la realidad, y la llave de los sueños... Tu cuerpo llama al mío, con tremenda fuerza, arrollador...
Mas debo mantenerme en mi sitio, encorsetada, presa, como siempre, del maldito "qué dirán", de convenciones, mentiras, imposiciones, navegando por lo respetable, ignorando lo que realmente quisiera realizar...Y prosiguiendo al mismo tiempo con el “camino recto”... ¿Y qué debo hacer, si me vuelven loca tus curvas, tus valles secretos y profundos? Mas debo seguir adelante con lo que se espera de mí: que sea una adolescente, blanca, heterosexual, estudiosa, eficaz…
Pero no puedo ni quiero olvidarte, Claudia… Eres el lienzo de amor sobre el cual esgrimo mis pinceles de sueños, la causa y solución, el alfa y el omega de todos mis desvelos, aquella idea loca que me devuelve a la vida desde la nada... desde tu ausencia… Eres y siempre serás el puerto amigable, seguro, que me da fuerzas, y bebo cada una de tus palabras con ansia de amante... Y una y otra vez me persiguen los viejos fantasmas, aquella maldita frase que me arrastra a los infiernos... "Pero si yo te quiero mucho... pero solo como amiga..." No, Claudia… Ya no puedo seguir así, seguir muriéndome por dentro cada vez que te alejas de mí… pero sintiéndome al mismo tiempo triste, por no poder revelarte mis sentimientos… Nunca te lo he preguntado directamente, no me he atrevido a hacerlo… Aunque me parece que has adivinado, de alguna manera, las tormentosas aguas que he atravesado desde aquella tarde en que nos conocimos, en el Ateneo Científico y Literario de Madrid…
Dentro de dos semanas volveremos a vernos: durante unos días, te quedarás en Madrid, para descansar entre los distintos trabajos que te asigna tu empresa… y será entonces cuando tendré que jugarme el todo por el todo, arriesgándome, por supuesto, a perderte… pero ya no me quedan fuerzas para seguir fingiendo…
No necesito una amiga, Claudia, ni una hermana, ni consejera... que de todo ello tengo en exceso... Necesito alguien especial, que me ame por lo que soy, y basta… que me acepte, me respete, que no pretenda cambiarme ni mejorarme, que me acompañe por los caminos oscuros del destino… que esté a mi lado en buenos y malos momentos, que sueñe despierta conmigo, y me acaricie en los sueños... Y me haga sentir viva, completa, tranquila, a salvo...
Te ofrezco todo lo que soy, y todo lo que he sido... Más no puedo darte, porque el futuro quiero vivirlo, saborearlo, descubrirlo, contigo... y nadie más... Estando a tu lado, me sobra el mundo, se esfuma... Desearía recorrer los caminos secretos de la piel, contar los lunares de tu espalda compartiendo la ducha... Y sin embargo... no doy el último paso, no puedo hacerlo, y olvido ansias y deseos... pues somos "solo amigas"... Aunque algo me está matando por dentro, cada vez que te veo, y me contengo, y mi corazón palpita hasta casi salirse del pecho cada vez que nos rozamos, o que me coges de la mano… Y sueño con que la llevas a tu mejilla, a tus labios, y suavemente besas mis dedos… Y si recuerdo mis experiencias con Isabel, mi añorada amante, es tu cara, la que veo… y tu cuerpo, que he memorizado durante estos meses, construido a base de pequeños retazos de recuerdos, de fugaces imágenes, como el pequeño lunar de tu seno izquierdo… Imagino, algunas noches, el contraste de nuestros dos cuerpos sobre  sábanas de raso… La cascada de tu cabello negro extendiéndose sobre mi pecho…
Quisiera ser tu furtiva amante, y deslizarme, suavemente, en tus sueños... Quisiera que sintieras mi cuerpo, desnudo, apoyado en tu pecho... Quisiera entrelazar mis brazos con los tuyos, y reposar, a tu lado... Quisiera soñar, con un presente, y un futuro, cerca de ti... Quisiera escribir, sobre tu espalda, mil versos, de amor y sangre... Quisiera estar, prendida, de tus labios resecos, hidratarlos con mis besos... Quisiera pronunciar mi nombre, Beatrice, muy bajito, en tus oídos... Quisiera grabarme tan a fuego en tu memoria, que me buscases despierta, y dormida... Quisiera tener un futuro y un presente, contigo, mas no en sueños...
Tanto tiempo lejos de ti, Claudia, sabiendo que estás con otras personas, en otras ciudades… comprenderás que tengo celos... Del aire, que acaricia tus mejillas, cuando duermes...  Del sol, que calienta tu alma desde dentro, dulcemente...  De la luna que ilumina todos tus sueños… De la lluvia, que se desliza por tu rostro, tibia...  De tus manos, cuando recorren tu cuerpo, en la ducha... De tus ojos, que te observan, desde el espejo... De tu fiel sombra, que sigue todos tus pasos... De tu blusa de seda blanca, por rozar siempre tus pechos...  De la cruz templaria de oro, que te regalé en Navidades, que siempre está contigo... Intento viajar con el alma, tal y como me enseñaste, pero sin ti no puedo hacerlo… Porque tú eres el motor de mis sueños, la razón de mis desvelos…
Mas... si tantos celos tengo, Claudia, si tanto te necesito... ¿Por qué no te lo digo? ¿Por qué no hablo, no me arriesgo? ¿Tiene sentido el mal de amores, que siempre calla? ¿Siempre valiente, mas contigo, no encuentro palabras? Y naufrago en un mar de dudas… Ya no se trata solamente de conocernos mejor, Claudia… Ni de pasar juntas más tiempo… Sino de torturarme por no saber lo que piensas de mí… si algo sientes… creo que sí… o si te gusto… Si me amas, o puedes llegar a amarme…
No, Claudia, lo que me tortura es justamente el tratar de imaginar una vida a tu lado, unos meses al menos… Pues sería como tocar el cielo… de nuevo…