Estoy empezando a pensar que realmente pasan cosas muy raras en mi casa... Vale, quizás "raras" no sea la palabra más adecuada... Pero al menos, extravagantes... Y no me refiero solamente a la impresión de estar siendo observada cuando estoy en la ducha o en el baño, o cambiándome de ropa en la habitación, pues teniendo en cuenta los miles de espíritus que todavía siguen apegados a la tierra, me he acostumbrado a la idea de no estar nunca del todo sola... Igual que a cualquier otro ser humano, esta falta de intimidad puede perturbarnos, como en el relato "Luz de otros días", de Athur C. Clarke y Stephen Baxter, y lo más sencillo es no pensar mucho en ello...
Pero no, cuando me refiero a que pasan cosas raras, estoy hablando de la foto que tomé ayer por la noche en la cocina... Aunque mi madre lleva un par de años empeñada en poner la vitrocerámica, no hemos conseguido ahorrar el dinero suficiente para la “pequeña” reforma, pues directamente lo que pretende es cambiarlo todo: muebles, encimera, horno... incluso la nevera le parece pequeña, y pretende poner una de dos cuerpos... Bueno, ya sabéis cómo se ponen las madres con la menopausia: muy nerviosas y bastante mandonas... Pero eso es otra historia...
Serían las once y pico de la noche, cuando escucho en el rincón izquierdo de mi habitación un pequeño ruido, como si se hubiera caído algo, por la zona de las muñecas, que no toco desde hace muchos años, pero que me resisto a tirar... No le presté demasiada atención, y seguí jugando a "God of War"... Media hora más tarde, oigo como si estuvieran arrastrando alguna cazuela en la cocina, y el sonido del grifo al abrirse y cerrarse, pero tampoco le presto mucha atención…
Supongo que debe ser mi madre, haciendo uno de sus comistrajos de media noche (últimamente le ha dado por tomarse un caldo de cubito antes de dormir)... Sin embargo, no cierra bien el grifo, porque todavía escucho el ruidito, molesto, del agua... Me levanto de la silla, con la intención de solucionar el problema, y entro en la cocina...
Pero es entonces cuando me llevo una sorpresa, y regreso a mi habitación para coger la cámara de fotos, porque si no es más que una de las bromas de mi hermano Gerardo, que sigue en casa, está de lo más currada...
Esto es lo que vi: dos trolls de plástico, mirando atentamente una muñeca Barbie, que estaba colgada de un armazón de palillos chinos, sobre una cazuela puesta al fuego... Me acerco un poco más, y compruebo que el agua está a punto de hervir, y que le han añadido sal de ajo, especias para pinchitos, cúrcuma y canela... No entiendo la complejidad del montaje, sobre todo porque si desean hacer una sopa, lo más lógico es que metan la muñeca en el cazo directamente, no que la cuelguen de esa manera... A no ser que quieran ahumarla, para reblandecer la carne… Como sigo pensando que es una broma, me acerco a los quemadores, para apagarlos, cuando escucho una especie de gruñido sordo, y compruebo que los dos trolls me están mirando fijamente, con cara de pocos amigos... Algo me dice que mejor les dejo tranquilos, que si ya son lo bastante mayores como para encender el fuego con unas cerillas, también serán capaces de darme un buen susto si no les dejo… Les hago la foto, y retrocedo, no sin antes recomendarles que apaguen el fuego al terminar, y que recojan los cacharros... Vamos, lo que uno espera de los invitados corteses… y regreso despacio a mi dormitorio…
A la mañana siguiente, la cazuela está perfectamente fregada en el escurreplatos, en el cubo de la basura me encuentro con la cabeza de la Barbie Malibú parcialmente mordisqueada, y lo que puede ser un amasijo de pequeños huesecillos de plástico, envueltos en una servilleta de papel... Nunca había imaginado que la Barbie podría tener un esqueleto… Y cuando finalmente llego al rincón de los juguetes en desuso, veo a los trolls... Se diría que han cenado a gusto... porque tienen una impresionante barriga... y los ojos medio cerrados... una versión macabra de cualquier estatuilla de Buda de plástico, de las que venden en los chinos… Solo me surge una pregunta: cuando terminen la digestión… ¿harán pis o caca? ¿Será orgánica, o de plástico? ¿Si comen sin boca… también harán sus cositas, sin orificio de salida?
Mientras siga habiendo muñecas que no uso en la estantería, no me preocuparé... De todas formas, no me gustan demasiado, la época en la que eran mis compañeras de juegos pasó hace muchos años... Por mí, como si se comen a Ken, Sabrina, Felipín, y todos los demás... Si se las comen todas, puedo comprar sustitutas en cualquier juguetería… Son una especie de mascotas no deseadas, como los típicos parientes que vienen de lejos… Supongo que en algún momento dado, se les pasará el hambre... Y mientras sigan mostrándose medianamente discretos en sus cenas, no tengo problema… Siempre tengo la posibilidad de comprar muñecas de menor categoría en el “Todo a un euro”, para el aperitivo… O incluso, un par de “trolas”, igual de feas que ellos, pero en femenino… Aunque si se reproducen y me llenan la casa de “trolecitos”, puede ser peor el remedio que la enfermedad…
Solo me inquietan dos cosas... La primera, que si una de estas noches se quedan con hambre, no se pongan a morderme a mí... La segunda, que no recuerdo exactamente ni cómo ni cuándo llegaron estos dos muñecos a mi casa, quizás mi hermano, en uno de sus viajes... Si me canso de ellos, o si de alguna manera tengo la impresión de que están tramando algo, los puedo meter en una caja de cartón, y mandarlos al Santuario de Muñecas de Alcoy, para que estén a gusto... Y tengan alimento suficiente, para no querer volver nunca más a mi casa…
¿Moraleja de esta historia? Nunca te fíes de un trol hambriento… aunque sea de plástico…
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