sábado, 3 de septiembre de 2011

29. SÍMBOLOS DEL VERANO


Algunas veces, me gustaría dejar de pensar tanto, de preocuparme por todos los que me rodean, incluso por los que me importan... Quisiera decirle al mundo "¡Para, que yo me bajo aquí! ¡Necesito mi espacio, y mi tiempo!" Quisiera ser capaz de decir "NO" cuando me obligan a tomar una decisión que no me gusta, o cuando usan trucos arteros para persuadirme... Quisiera poder olvidar cada vez que he respondido de buena fe a una petición de ayuda, por ejemplo, esas cadenas de mensajes anónimas que llegan por “hotmail” o el “carapocha”… y me han tomado el pelo…

Seamos serios, ninguna empresa de informática o de telecomunicaciones va a regalar a un necesitado parte de sus ingresos por difundir un mensaje, o hacer “clic” en un icono… Tampoco es posible que una pobre niña calva y con un cáncer terminal de páncreas lleve cuatro años muriéndose…  O que nuestra suerte vaya a empeorar si no continuamos una fatídica cadena de mensajes… O que la operación de un perrito atropellado por un coche vaya a costar 2.000 euros, y debajo de la foto lastimera de un chucho, te ponen un número de cuenta… No soporto que la gente juegue con nuestros buenos sentimientos…

Sobre todo, porque estas peticiones suelen realizarlas cuando yo me siento peor, en aquellos días en los que me cuesta un triunfo reunir las fuerzas suficientes para levantarme de la cama... O para reanudar la marcha, después de una siesta con Humfrito, mi gato negro... que por supuesto tiene su lugar asignado en el piso de la playa... Su cuna, a los pies de mi cama... No entiendo a esas personas que abandonan a sus perros, a sus gatos…



Llevo todo el año luchando, estudiando, aguantando, preparándome... He sobrevivido a los trabajos de fin de mes, de fin de semestre y de fin de año, a base de doparme con cafeína... He conseguido aprobar todo el curso con los parciales, bueno, menos Pensamiento Político, que lo he sacado en el final... Y ahora, lo único que me apetece es retomar la rutina vacacional: quedar con algunos amigos para cenar, dar una vuelta, tomar una buena copa de helado, o una de esas enormes “pizzas” que hacen en el restaurante italiano cerca de casa...

Son dos meses y pico, es cierto, y da tiempo de hacer muchas cosas... Incluso cuidar a los hijos de Cristina, mi vecina del 2º-A: Felipe, un torbellino de cuatro años con el que me llevo muy bien (¿será que me identifico con él?) y Yolanda, una niña de ocho muy tranquila, tres tardes por semana, que pasamos tumbados en el suelo, dibujando, inventando pequeñas historias, haciendo fantasmitas de merengue, y recordando viejos tiempos con maratones de pelis de Walt Disney…

Pero en el fondo, lo que más ansío, son aquellas mañanas al borde del mar, con las olas y el agua como única compañía, viendo amanecer algunas veces, para recuperar el tiempo con una buena siesta... Y leer... llevarme la maleta de los libros, que es más bien un baúl, pues los comparto con mi madre... Y por las noches, comprobar lo que ponen en el cine al aire libre... Para disfrutar de una buena cerveza (la botella verde), un buen bocata de panceta o de chorizo frito, y luego, una bolsa de pipas... ¿De algo tiene que servir el cuidarse todo el año, verdad?

Eso sí, el capuchino lo tomo con sacarina...

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