sábado, 3 de septiembre de 2011

22. VIENDO PASAR EL TIEMPO

Muchas veces, en mis historias incluyo ideas, recuerdos o imágenes que me han llamado la atención, y me gusta combinar lo que fue con lo que pudo haber sido: partiendo de una base real, elaborar unos personajes, con su propia vida, recuerdos, preocupaciones…

Sus caras... Sinfonías de arrugas que cantan la silenciosa canción de toda una vida. Ciento setenta años de experiencia sentados en un banco del Ayuntamiento, en silencio, viendo pasar los minutos en el gran reloj de pared, que se nota que ha sido fabricado en China por la curiosa forma de crear el cuatro (IIII)...
Cada verano, cuando voy al pueblo de mi padre, y por casualidad tengo que mandar alguna carta, las veo allí... Es un pueblo tan pequeño, que la oficina de Correos era hasta hace pocos años un despachito en la planta baja, junto al cubículo del secretario del Alcalde...
No hacen nada, no hablan con nadie, y de hecho, parece que ya nadie las ve... O que no existen... Pero no cambian, de verano en verano... Juraría que ni siquiera una sola arruga, porque más canas es imposible que les salgan, altera mi recuerdo... No importa el día ni la hora, si el Ayuntamiento está abierto, allí están ellas... Y, aunque la curiosidad me corroe, nunca hablo con ellas... Supongo que tendrán una historia, todos tenemos una, sin importar nuestro tiempo de vida... En vez de preguntársela, me la invento...
La más mayor, sentada a la izquierda, se llama Mercedes... Hace más de treinta años, su marido, Facundo, abandonó el pueblo, para buscarse la vida en la gran ciudad..."¡Venid a Madrid!, les decían, que hay mucho trabajo, y los burros se atan con sartas de chorizo, y el pan te lo regalan cada día, y los salarios son muy buenos, y en las obras nunca falta trabajo... Venid a Madrid, abandonad vuestras miserables, tristes y desperdiciadas vidas, y os encontraréis con el futuro... ¡Edificios de diez y doce plantas, con ascensores! ¡Coches modernos, que pagas en muchos plazos!"
Aunque no con las mismas palabras, la esencia era la misma: que en los campos no había futuro, y que la única posibilidad de prosperar era emigrando a las grandes ciudades. Con esto se produjo el fenómeno de una migración descontrolada, un abandono de los medios de vida tradicionales, y nuevas formas de explotación, incluyendo timadores de toda laya, que prometían trabajo y buen sueldo... para luego encontrarse con condiciones de vida como las descritas por el Padre Jose María Rubio en sus escritos, auténticos focos de miseria en la capital. En la actualidad, este efecto llamada sigue existiendo, con personas procedentes de los países del Este o de África, que vienen persiguiendo un sueño… y se encuentran con una pesadilla…
Durante dos años, más o menos, el sueño de Facundo se iba cumpliendo, trabajaba en una obra, acarreando sacos de cemento y de yesos de cincuenta kilos, para construir aquellas grandes torres de pisos de las que tanto le hablaban, demasiado cansado para comer algo más que el chusco de pan y los cien gramos de chopped y el cuartillo de vino de la pausa del almuerzo... Y dormía en una pensión de mala muerte de la calle Montera...
Facundo iba en bici al trabajo, pasada la Casa de Campo, para ahorrar todo lo posible y traerse pronto a Mercedes a la Gran Ciudad... Un estúpido accidente en la obra, cuando cedió una barandilla y se precipitó desde doce pisos, cargado todavía con el saco de cemento, que le sirve de mortaja... Nunca le escribió una carta a su mujer, en aquellos dos años de ausencia... Y cuando le comunicaron su muerte con un telegrama, fue demasiado para ella... La indemnización de la constructora cubrió escasamente el traslado del cadáver hasta el pueblo, y una lápida de las más baratitas en uno de los nichos más recientes...
Margarita, la mujer con la cabeza apoyada en la mano, es su amiga... Pero lleva mucho más tiempo sola... Su marido fue detenido en 1947, tras una denuncia anónima a la Guardia Civil, por adulterar (presuntamente) la harina de maíz con cebada y mijo, para luego hacer el pan... No tuvo suerte, Manolo... Se desplomó en el Tribunal, al conocer la sentencia, no sé cuantos años de cárcel... Al final, se demostró que era inocente... que fue una denuncia de un antiguo alumno, pues antes de la guerra, daba clases en un pueblo cercano… y jamás le perdonó que le pusiera en evidencia delante de toda la clase… por su estupidez…
Mercedes y Margarita se conocieron en el cementerio, un mes después de la muerte de Facundo, sus nichos eran colindantes... Y empezaron a visitar el cementerio juntas, todos los domingos, después de la misa de doce, en invierno como en verano, para regar las macetas de geranios, limpiar las pequeñas lápidas, y contarse algunas de sus penas y todas las alegrías, que afortunadamente no eran pocas, pues las dos tenían hijos antes de enviudar, una niña y un niño... Y su pequeño trabajo, Mercedes de maestra, y Margarita, de costurera, y limpiando alguna casa.... Y ellas envejecieron... y sus hijos... bueno, como dicen que "el roce hace el cariño", se enamoriscaron, y terminaron yéndose a vivir a Sevilla, donde trabajan en unos laboratorios farmacéuticos... pero sin casarse, por la iglesia, que eso "ya no se lleva"...
Y allí están, Mercedes y Margarita... viendo pasar el tiempo en el reloj chino del ayuntamiento, con su IIII en la esfera... Recordando viejos tiempos, que no tienen porqué haber sido mejores... Y esperando, tal vez, aquella carta que nunca llega... No sé... como os digo, nunca hablé con ellas... nunca vi a nadie hablar con ellas... ni tampoco las vi marcharse a las dos de la tarde... para comer en sus casas y dormir la siesta...
Este verano, tal vez, si vuelvo a verlas, me pararé a hablar con ellas... Porque a veces, tengo la impresión de ser la única persona que puede verlas, que se interesa por ellas, que sabe de su existencia… Y por eso, me gustaría hacerlo, para estar segura de que son reales… y no uno de los fantasmas que de vez en cuando me persiguen en mis sueños…

Nota: Al final, no pudo ser… Este verano, no las he visto… El banco que solían ocupar estaba vacío, completamente… Al preguntar al cartero por las dos abuelitas, me dijeron que una de ellas, la mayor, había muerto poco después de Semana Santa, y que la habían enterrado con su marido (creo que era la que yo llamaba Mercedes), y la más joven se había marchado del pueblo, comentaban que a una residencia de ancianos en Llerena o un pueblo de los alrededores. Y de alguna manera, me sentí mal, por no haber hablado con ellas antes… Y quizás, haber recogido sus verdaderas historias…

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