Abrir los ojos cada día, desde mi mundo de sombras, hacia las luces difusas de mi mundo de miope (aunque casi siempre uso lentillas)… Desprenderme de los mantos de invisibilidad y de anónima muerte en los que me precipito cada noche…El mismo hecho de no estrellar el móvil contra la pared más cercana, cuando me arranca con un alarido del refugio, cálido, del edredón…
Regresar a la vida cada mañana, a los secretos, intrigas, traiciones, sueños, amores, esperanzas que me rodean… Pequeños misterios cotidianos del universo de mis diecinueve años (siempre me empeño en insistir... "cumplidos")… Concederme esos cinco minutos de pereza, con la mirada perdida, mientras que finos haces de luz trazan arabescos, atravesando la persiana cerrada, y se proyectan en el aire de mi habitación cerrada... Buscar los brillos en los ojos de los peluches, como el osito Boris, recuerdo de un viaje a Rusia de mis padres… Adivinar lentamente entre las sombras las formas y siluetas que conforman mi espacio vital, mi universo privado… Es hacer inventario de tus bienes materiales más evidentes: los posters enmarcados en las paredes, el ventilador de techo con lámpara incorporada, que tengo encima de mi cama de matrimonio (mi madre me ofreció la suya, cuando la cambió por una con arcón inferior para guardar la ropa), incluso la mosquitera, que oscila con la más sutil de las brisas, configura un entorno protector, agradable, relajante…
Pero esta paz se quiebra a los cinco minutos, al escuchar cómo el móvil lanza por segunda vez su alarido, y contenerme de nuevo para no estrellarlo contra la pared… Así murió el último despertador, en un paroxismo de tornillos, tuercas, arandelas y muelles... Al menos, no era gran cosa: uno de esos despertadores de plástico comprados en el chino, con una horrorosa carcasa de color azul pitufo, que hacía más ruido que media orquesta sinfónica desafinada… Mi hermano Gerardo, cuando estaba en casa, solía entrar a despertarme, porque no soportaba su espantoso ruido… De alguna manera, creo que respiró aliviado aquella mañana de octubre, cuando lo lancé contra la pared, y cayó destrozado al suelo…
Todos estos sonidos y gestos, que acompañan cada día el despertar... Me parecen casi un milagro mayor, que el de cerrarlos cada noche, con la confianza en regresar cada día de los abismos de los sueños... Porque de alguna manera, creo que dormirse es también una forma de muerte, ya que durante varias horas, no eres consciente de lo que sucede ni dentro, ni alrededor de tu propio cuerpo… Y ese es posiblemente uno de mis mayores miedos: perder el control… Quizás por eso nunca me ha gustado beber, ni he probado otra droga que algo de “maría” hace ya varios años…
Y los olores… Son otra de mis mayores referencias, en los primeros momentos del nuevo día… Cuando mi madre se levanta pronto para abrir su farmacia, le gusta mucho dejar que el aroma del café recién recien molido, y de cafetera italiana puesta en los quemadores, se difunda por toda la casa. Y luego vienen las tostadas, con mantequilla y mermelada casera… Y sé que los fines de semana, cuando no tengo demasiada prisa, me voy a encontrar en la mesa el periódico de la mañana, un zumo de naranja recién exprimido, y el café negro dentro de una taza en el micro-ondas… No suelo desayunar en casa los demás días, solo un tazón de café caliente, y salgo corriendo hacia el metro…
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