Esta es una de las últimas entradas del diario, y posiblemente, del blog… Ya he contado casi todas las historias que me importan… y sobre todo, termino de despedir a mi padre, Marzio Golden De Angelis… Todo lo que escriba después, lo sé, será importante… Pero no tanto… como estas líneas que se extienden bajo tus ojos…
A veces, me gustaría preguntarle a Laura, más cosas sobre lo que sintieron al conocerse, si hubo una extraña energía saliendo de los poros de su piel, al mismo tiempo que descubrían que estaban hechos el uno para el otro… O si fue algo más tranquilo, dicen que “el roce hace el cariño”, y vivir juntos bajo el mismo techo, los dos con poco más de veinte años… Imagino que mi tío Bautista también tuvo su participación en el romance, bien como “protector de la honra de mi hermana”… o haciendo de celestino, transmitiendo a los dos tortolitos los mensajes que no se atrevían a decirse cara a cara… De lo que estoy segura, es de que respetaron las leyes de la casa, y que no hubo contacto físico excesivo porque… ¡Menudo es mi abuelo Francisco! ¡Es casi tan bueno como mi abuelo Massimo, dando collejas!
No fue sencillo para ellos, sobre todo porque si de verdad pretendían casarse (en 1978, no eran tan liberales como ahora), necesitaban ahorrar lo más posible… Marzio hacía horas extra en el taller, puesto que contribuía a los gastos de la casa, aunque estaba tan integrado en la familia, y eran tan evidentes sus sentimientos hacia Laura, que en ningún momento pensaron en cobrarle un alquiler por la habitación… Y mi madre, una vez terminados sus estudios de Farmacia en 1977, consiguió empleo en una botica cercana, la regentada por doña Elvira Sánchez, quien finalmente se la traspasó en 1983…
Fue un buen año, por muchas razones: porque a mi padre lo ascendieron a mecánico de primera en el taller, y le subieron el sueldo; porque mis abuelos maternos y paternos (incluso mi tía Agustina) colaboraron para pagar el primer plazo de la farmacia; porque consiguieron un piso en la calle de la Oca, cerca del metro (con hipoteca, por supuesto); y porque el 15 de octubre de 1983, Marzio y Laura se casaron en la Parroquia de San Isidro Labrador. Por lo que me han contado, fue una ceremonia hermosa, sencilla, y con una moderada afluencia de parientes… lo que no impide que se llenase casi entero un autobús de línea con familiares y amigos del pueblo, puesto que mi padre había mantenido el contacto con su familia, y casi todos los veranos los pasaron allí[1]. Más de cuarenta personas, que se repartieron por muchas de las pensiones del barrio y por casas de amigos…
La ceremonia transcurrió sin novedad, aunque mi padre estaba temblando por dentro, al recordar que era su hermana Agustina quien se había encargado de todos los preparativos, y los vagos y resacosos recuerdos de la despedida de soltero, que celebraron una semana antes, aunque él solamente conservase recuerdos borrosos de tan magno acontecimiento… y la responsable del banquete de bodas, en la Casa de Extremadura (en la avenida de Carabanchel Alto)… No pasó nada, al margen de los típicos petardos, de los puñados de arroz lanzados con mucha “mala follá”, y de unos cuantos bocinazos al salir de la iglesia, propinados por los compañeros del taller… La mayor sorpresa fue el medio de transporte elegido de la iglesia al restaurante, ya que detrás de un grupo de amigos, con un extraño bocinazo salido de los albores del siglo XX, apareció la impresionante figura de un viejo conocido: el Ford Modelo T de 1908, que mi padre ayudó a restaurar, y que viajó hasta Madrid en tren, sobre todo por cuestión de velocidad puna… Y, como no podía ser de otra manera, mi tía Agustina estaba detrás del volante… El camino hasta la Casa de Extremadura fue espectacular, y muchos conductores se quedaban mirando fijamente a aquél dinosaurio de la automoción, que paseaba sus 75 años de vida como si fuera el rey del asfalto, y en cierta manera, lo era[2]…
Durante el banquete, todo fue bien… Hasta que una turba de amigos, capitaneada (como no podía ser de otra manera) por mi tía Agustina, se empeñó en cortarle las dos ligas a mi madre, y la corbata a mi padre… Creo que no les hizo mucha ilusión… Luego llegaron los brindis, los discursos, los bailes… Mi padre siempre fue muy patoso, pero aquella tarde se desenvolvió bastante bien con el vals… y al llegar al tercer cubata, creo que habría bailado hasta un chotis… Y mi madre, siempre tan loca por moverse y bailar y disfrutar, capitaneó una endiablada conga, en la que incluso el padre Felipe se dejó llevar… Era más de la una de la madrugada cuando mis padres, escoltados por un puñado de irreductibles galos, llegaron a su casa, a su auténtica casa en la calle de la Oca… Mi tía les llevó con el Ford Modelo T, que desde luego no pasaba desapercibido, y con una extraña sonrisa, les invitó a que subieran solos y tranquilos… Mi padre estaba un poco asustado, pues se había dado cuenta de la repentina ausencia, en mitad del banquete de mi tía y de una decena de amigos, que volvieron sigilosamente un par de horas después…
Sin embargo, nada de lo que habían imaginado les podía preparar para lo que encontraron al traspasar el umbral… Cientos de velas, sobre platitos, iluminaban la casa, por todos los rincones… Miles de pétalos de rosas y claveles cubrían por completo el suelo, incluso en la cocina y los baños… La nevera, que ellos habían dejado vacía, estaba llena de comida: embutido, cava, queso, uvas, higos, dátiles… En el comedor había un mueble de más: una televisión de 20 pulgadas… Y faltaba uno, la cama cutre que usaban como sofá, que había sido sustituida por un tresillo… y también se había materializado una mesa de comedor y seis sillas… En su dormitorio, una gran cama de matrimonio, con las sábanas recién puestas, y más pétalos por todas partes, les esperaba (nada que ver con la que dejaron en casa aquella mañana…) ¡Pero si habían instalado una mampara de ducha en el baño principal! Junto a la cama, en dos escabeles, se encontraban dos albornoces de ducha blancos, un juego de toallas, y unas zapatillas…
Y entonces comprendieron por qué la gente les había entregado una cantidad tan pequeña de regalos, o de sobres… Porque la lianta de mi tía Agustina ya lo había recaudado casi todo en el pueblo, y en Madrid, y llevaba dos semanas pagando el alquiler de un guardamuebles, para poder cambiarles todo lo viejo y reciclado que había en el piso, de alguna manera, conseguir un nuevo comienzo para ellos… Y fue entre llantos, pero de alegría, como se despidió de mis padres, después de explicarles la trama, y desearles una noche de bodas memorable… Sobre la que nunca quisieron dar detalles…
A la mañana siguiente, el domingo 17 de octubre de 1983, se levantaron por primera vez de su espléndida cama… Y descubrieron el último regalo de mi tía: un cachorro de galgo blanco y negro, adoptado a través de una protectora, al que llamaron “Trasto” en honor de mi tía… Y se fueron a San Sebastián de luna de miel, poco más de una semana, lo suficiente en todo caso para enamorarse de aquella ciudad… El 3 de noviembre de 1985 nació mi hermano Gerardo (también conocido como “la triple G”, ya sabes, Gerardo Golden García)… y el 23 de mayo de 1990 nací yo…
Durante 17 años, he podido disfrutar del amor incondicional de mis padres, de mis abuelos, y de mi hermano… He tenido varias mascotas, aunque la que más recuerdo es “Cachivache”… He reído mucho, y he llorado más veces de las que me gusta recordar. Me he enamorado, como bien sabes, querida lectora constante, unas cuantas veces… He sufrido… he perdido a seres queridos… He vivido…
En marzo de 2007, y por culpa de unas molestias, mi padre fue al médico de cabecera… Y le mandó unas pruebas urgentes… Se las hicieron en el Hospital de la Princesa… Las repitieron en el Gómez Ulla… Y las dos coinciden: se le ha desarrollado un tumor en el páncreas… inoperable… y le quedan como mucho seis meses de vida, si acepta someterse a quimioterapia y radioterapia… Lo hace, varias veces… Pierde más de 30 kilos en pocas semanas… Se le cae el pelo… Sufre… Lo ingresaron varias semanas en la Unidad del Dolor… Pero insiste en volver a su casa, para morir tranquilo…
Los últimos días, los pasa conectado a una bomba de morfina… Yo no me quiero separar de su lado, mi hermano ha pedido un permiso en la plataforma petrolífera, y mi madre ha contratado un suplente en la farmacia… Mi padre muere, completamente lúcido, un lunes de octubre… A mediodía… y yo estoy en el instituto… y mi madre está sola en casa… Se cumple el pronóstico de los médicos. No recuerdo casi nada de los días posteriores a la muerte de Marzio, salvo la impresión de que algo va tremendamente mal en el mundo, cuando mi padre muere… y sigue habiendo tanto hijo de puta suelto…
Lo enterramos en Extremadura, en Azuaga, en nuestro pueblo… La Iglesia del Cristo del Humilladero estaba repleta de gente, yo perdí la cuenta del número de personas que hicieron cola para darnos el pésame… Aunque él hubiera vivido tanto tiempo en “la capital”, seguía siendo el hijo del “signore Massimo”, era uno de los suyos… Vi muchísimas caras, incluyendo a mi primo Miguel… a mi prima Martita, guapísima incluso vestida de negro… a mi tía Agustina, que o bien miraba al suelo, o bien al ataúd de su hermano… a cientos de personas anónimas, en cuyas caras se leía la tristeza… Y allí estábamos nosotros: mi madre, mi hermano, mis cuatro abuelos, y yo… deseando que todo eso se terminase ya… que nos dejasen en paz… para poder terminar de llorarle, y enterrarle en la intimidad… aunque eso era bastante complicado en un pueblo de 10.000 habitantes… donde todo el mundo conoce a “los italianos”…
Puede que mi padre no fuera la persona más culta del mundo, ni la más lista… Pero siempre le ha gustado leer… y leerme a mí, incontables cuentos desde muy niña… Siempre me ha animado a descubrir cosas por mí misma, a explorar, a soñar el mundo… Mi padre no me llevó a muchas exposiciones, es posible, pero le encantaba el arte, la pintura (sobre todo El Greco, la de veces que fuimos a Toledo, para admirar “El entierro del Conde de Orgaz”…), y la fotografía (por él conozco a Sebastiao Salgado, Man Ray, Uka Lele, Robert Cappa…). Le apasionaba la música, desde la clásica, hasta Blind Guardian… Y también le gustaba el cine, menos las pelis de terror, que esas tengo que verlas con mi madre… o con mi tía Agustina…
Era una persona buena, no se me ocurre otra forma de describirlo: una persona buena… En su trabajo era muy serio, y muy eficaz, es algo en lo que coincidían todos: mi madre, sus compañeros, los clientes, los jefes… En casa, jamás he oído voces, o gritos, ni siquiera silencios dolorosos y culpables… Y en más de una ocasión, he escuchado a mis padres hacer el amor, entre pequeños jadeos, para que yo no les oyera… Y sin embargo, al hacerlo, al escucharles, me he sentido bien… Los dos se repartían las tareas de la casa, menos la plancha, que a él se le daba mal… y limpiar azulejos, algo que mi madre odia… y que sigue odiando… Mi padre me enseñó muchas cosas… A leer… A escribir… A pensar por mí misma… A soñar… A luchar… A intentar ser feliz… A montar en bicicleta… A volar cometas en el cielo del atardecer… A lanzar avioncitos de papel desde el campanario de la iglesia… A defender mis ideales… A perseguir los sueños…
Solo se me ocurre una persona igual de importante en mi vida: mi tía Agustina… Es un espíritu inquieto, un alma libre, una soñadora… y fue mi mayor refugio cuando murió mi padre… Igual que Laura, mi madre, se fue a casa de sus padres unos días en Navidad, cuando terminamos de cribar la ropa que donamos casi toda a un asilo, y los libros de mecánica (están en un instituto de Formación Profesional)… En su casa de Villaviciosa de Odón, mejor dicho en su chalecito, con su gran jardín, lleno de plantas y árboles, con sus tres gatos castrados “Blanco”, “Negro” y “Gris” … Mirando el estanque con las carpas japonesas… Félix, su marido, vendrá después de la consulta (es acupuntor), y sus dos hijos veinteañeros, Xela y Rómulo, están ahora con los abuelos…
Y yo estoy sentada en la hierba, descalza, igual que ella… Inclinada sobre el estanque, en mitad de la pasarela… Noto una bola de lágrimas que me está consumiendo por dentro, desde hace muchísimo tiempo…pero no puedo llorar… No he llorado desde que Marzio murió… Y es entonces cuando mi tía Agustina se arrodilla detrás de mí, y empieza a acariciarme el pelo… y me dice algunas palabras en italiano… “Tu devi piangere, principessa… Per lui... e per té…”[3]
Y empieza a llover… pero el cielo está impoluto… Y comprendo que son mis lágrimas quienes rompen la superficie del estanque…
[1] [Conociendo a mis abuelos, y a todos sus amigos del pueblo como los conozco, estoy segura de que mi madre siempre se sintió querida por ellos, en todo momento… y tampoco descarto que los cancerberos les dejasen al menos unos minutos solos, para compartir largos y hermosos besos…]
[2] [Después del convite, el coche fue sometido a una puesta a punto especial, ya que el 18 de octubre participaba en un peculiar rally para coches de época por las calles de Madrid, siendo el punto de origen y la meta el Paseo de Coches del Parque del Retiro. Obtuvo un honroso tercer premio, pilotado por mi tía Agustina, y mi tío Bautista de mecánico y copiloto. Posteriormente, inició una nueva carrera artística, participando, el coche, en series míticas de la televisión española como “Ramón y Cajal”. En la actualidad, está en el Museo de Vehículos Históricos Vall de Guadalest… y sigue actuando en algunas bodas…]
[3] [“Debes llorar, princesa… Por él… Y por ti…”]
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