domingo, 4 de septiembre de 2011

40. UNA TARDE CUALQUIERA…

De todos los mensajes que me han mandado en los últimos meses, de todas las historias que he imaginado o vivido… creo que esta ha sido la más sorprendente… Quizás porque se refiere a Magnolia, mi mejor amiga… y a mi hermano Gerardo… “Te lo juro por Snoopy”, que me quedé helada al recibir su correo, ya desde la plataforma petrolífera en el Mar del Norte… Y lo que más me ha molestado no ha sido precisamente el que decidieran salir… sino la forma de comunicármelo… ¿Después de tantos años de amistad, no pueden confiar en mí lo suficiente, como para abrir sus corazones mientras disfrutamos de una copa de helado, o de una puesta de sol? Por eso, mi pequeña venganza consiste precisamente en publicarlo, como si fuera una historia más…

Querida Beatrice… Hoy te contaré una de esas historias que tanto te gustan, de amores complicados y sentimientos difíciles… De protagonistas inverosímiles… Sucedió una de aquellas tardes de verano… en las que tiempo y espacio no tienen importancia,  y se funden en la calima… Con la impresión de que no solo las horas, sino los minutos y los días, se repiten “hasta el infinito y más allá…”, aunque ese infinito se limite a las dos semanas de vacaciones… Pero de todas formas, necesitan muy poco para ser felices: les basta con estar juntos…
Por una vez, él le ha llevado flores, dos docenas de claveles rojos y blancos, y ella es, simplemente, su amor, su chica… La ve acercarse como si estuviera memorizándolo todo: a él, su forma de andar, las flores, ese momento… Desea preguntarle qué ruido hace un corazón al romperse de placer, cuando el mero hecho de ver a alguien te llena de una forma que la comida, la sangre o el aire jamás podrán hacer, cuando uno se siente como si hubiera nacido para un único momento, ese preciso momento… el que está compartiendo con la persona que está a su lado… Cuando el mundo, de repente, se estrecha, se reduce, y todo lo demás (el sol, la gente, la lluvia, los pájaros, las voces, sobre todo las voces, pero no las risas) deja de existir, de tener sentido…
No hacen falta palabras, todo está dicho entre ellos, las miradas toman el control, y realizan desde la distancia un etéreo baile de besos de mariposa… Se acarician, suavemente, mientras ella se acerca, con el sol poniente refulgiendo a sus espaldas, destacando su vestido de algodón blanco, y el sombrero de paja; sandalias y bolso blancos completan su atuendo… Nunca la ha visto tan hermosa… Y jamás se ha sentido tan viejo…
Amor otoñal, sueño imposible que, de todas formas, se realiza… Un encuentro casual que reúne a dos personas que durante tantos años jamás se habían encontrado… y vuelto a perder… a pesar de vivir en el mismo edificio… Aquella niña delgaducha y carilarga, con patitas de alambre en vez de piernas que él medio recordaba de su adolescencia, también ha ido cambiando con las estaciones… Y él ha visto la metamorfosis… A los catorce, era la segunda más hermosa de la pandilla… la más guapa siempre fue Beatrice, mi hermana… A los dieciocho, una adolescente menudita, de inmensos ojos negros y larga melena rubia, de formas exquisitas, apenas veladas por aquella envoltura de ropas negras que se ha puesto el último invierno… Pero con el verano, llegó la metamorfosis…
Hace dos semanas, se quedaron encerrados en el ascensor… Nos quedamos encerrados… Ella, Magnolia, con sus diecinueve primaveras… Y yo, con mis treinta y siete inviernos… Fue como vernos por vez primera… Como redescubrirnos… Al principio, creo que no nos atrevíamos ni a mirarnos, mientras la sirena de alarma se apaga con un triste pitido, por la falta de baterías…
No me siento del todo cómodo, encerrado, con ella, en un ascensor tan pequeño… Y como tanta gente, no sabemos ni dónde mirar… Comenzando en el suelo, me fijo en sus pies, menudos, calzados en unas sandalias de cuero… Despacito, voy subiendo por sus piernas, exquisitamente torneadas… Creo que con los años, me he vuelto un poco fetichista… No concibo una mujer hermosa, si no tiene las piernas y los pies bonitos… Pero sus rodillas son hermosas… y sigo escalando… y llego a sus muslos, firmes, bronceados… Una minifalda vaquera interrumpe mis ensoñaciones, moldeando hasta la perfección una cintura exquisitamente torneada… Y su ombligo… pequeño, proporcionado, anuncia una extensión de piel virgen, su cintura… Una blusa de algodón blanca cubre sus pequeños pero exquisitos senos… Y alcanzo su cuello… Y su boca… Su nariz, excelsa…  Y mis ojos azules se hunden en sus ojos negros… Magnolia… Me quedo sin palabras, ella espera que yo diga algo… Quizás incluso la intimido, pues aquella mañana de agosto llevaba mis pintas habituales de ir al gimnasio, ya sabes, vaqueros, botas, camiseta heavy, el casco de la moto en la mano…
Pero su sonrisa deshace cualquier miedo… El mundo parece esfumarse alrededor nuestro… Al rozar su mano, una corriente extraña recorre nuestros cuerpos, y miles de imágenes se enroscan, como los zarcillos de una parra, alrededor de nuestras almas, y los dos sabemos, de alguna manera, que la búsqueda ha terminado… Y cuando hablamos, las palabras surgen de las profundidades…
“Te conozco… Te he conocido toda la vida… He estado esperándote… Esperando a que aparecieras… Todos estos años he estado esperándote…” “Ya te conocía antes de nacer…”
¿Y por qué estas palabras, y no otras? ¿Lo de siempre, un “cómo has cambiado…”, algo así de original? O bien un comentario ingenioso pero alabador, sobre su aspecto... Pero no… nuestras bocas se abrieron… solo para pronunciar aquellas extrañas palabras… En aquél momento, nos cogimos de las manos, y estuvimos un buen rato mirándonos, intentando quizás comprender cómo era posible que nunca antes nos hubiéramos visto de aquella manera… Y después, al comprobar que por la hora nuestro encierro iba para largo, porque Pablo estaría durmiendo la siesta, y apenas quedaban vecinos en el edificio, extendí mi cazadora de motorista en el suelo, coloqué encima mi casco, y como un galante compañero, le cedí el asiento… Aquél fue el comienzo…
No fue una manera demasiado cómoda de empezar una relación, pero salimos de aquél ascensor cogidos de la mano, amoldando nuestro caminar, hacia uno de mis lugares favoritos del barrio, la heladería, con sus mesitas en la acera, y las grandes sombrillas rojas y blancas… Pasamos el resto de la tarde hablando… Descubriendo aquellos recuerdos en común, que de alguna manera pronosticaban nuestro encuentro… Las fiestas de cumpleaños de Beatrice… Aquellas noches en las que os llevaba en coche hasta la discoteca… O varias mañanas que nos encontramos en la cocina, después de haber pasado las dos toda la noche estudiando para la Selectividad… Y cuando faltaba una hora para el ocaso, nos fuimos en mi Harley al Parque Juan Carlos Primero, para despedir al sol desde la colina de hierba…
Dos semanas, quince días, de paseos, de besos robados, de hundirme en tus ojos negros, buscando en ellos la verdad… Sobre mí mismo… Y sobre ti… Ya solo me queda otra semana de permiso, y tendré que marcharme de nuevo… Lo sé, Beatrice, no te gusta hablar del tema, no quieres dejar que la realidad se infiltre en nuestro mundo… Pero tendré que hacerlo, regresar a la plataforma petrolífera en el Mar del Norte… Y no volveré hasta dentro de dos o tres meses… Lo sabes, Magnolia, que ese era el motivo de mis desapariciones, de mis viajes… Aunque eso no será lo más complicado ni lo más duro…
No… Lo peor será explicarle a mi hermana pequeña, Beatrice, que estoy saliendo con su mejor amiga… que me he enamorado completamente de ella… Y pedirle que te cuide en mi ausencia…

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