domingo, 4 de septiembre de 2011

43. EPÍLOGO: LAS MUJERES DE MI VIDA...

Algunas veces, es bueno tener tiempo para hacer balance… Sobre aquellas personas que te han aportado cosas interesantes, que han llenado silencios, y te han enseñado a pensar, a ser libre, a luchar por tu independencia… Pero sobre todo, a buscarte… y a descubrirte… Por eso quiero hablarte de ellas… De las mujeres de mi vida…
Laura, mi madre… La nuestra no deja de ser una relación de amor/odio, o incluso, de mutua dependencia… No la puedo imaginar sin su bata blanca, detrás del mostrador de la farmacia, despachando a los clientes mientras yo la miraba desde la trastienda… Como en la serie “Farmacia de Guardia”, salvo que mi madre es tan morena como yo… Y posiblemente, igual de cabezota… Y de independiente, que no en vano se lió la manta a la cabeza, y en vez de ponerse a trabajar de cajera en el supermercado, pide un préstamo al banco (avalado por mi abuelo Federico), y se pone a estudiar la carrera de Farmacia, sin que haya ningún precedente familiar…
Es la misma cabezonería, que le permitió llegar hasta el final en sus proyectos de seducir a mi padre… porque fue ella quien se enamoró de él a primera vista… de aquél mecánico de mono manchado de grasa que, con la fiambrera en la mano, le aseguraba a su padre que sabría comportarse, y respetar las normas de la casa… y que ni siquiera tenía claro si ella era real, o una aparición…
Esa testarudez, que también demostró su utilidad, cuando hubo que convencer a su marido de que la mejor manera de prosperar, de mejorar su situación, era seguir estudiando, apuntarse a clases de FP en el turno de tarde/noche, para conseguir un diploma que acreditase sus conocimientos… Y que le preparaba cafetera tras cafetera en época de exámenes, y le acompañaba en el metro al taller, antes de abrir la farmacia…
Quizás por eso, porque se conocían tan bien, porque se amaban tanto, resultó mucho más duro cuando les comunicaron el diagnóstico: cáncer… y además, de páncreas, uno de los más mortales, en un plazo corto de tiempo… Y así fue…
Laura se quedó destrozada por la muerte de mi padre… Durante dos años, ha perdido las ganas de vivir, de luchar… A base de suplementos vitamínicos, de aromaterapia, flores de Bach, Reiki, y de otras técnicas parecidas, y de lágrimas, de muchas lágrimas, cuando cree que no la oye nadie, lo ha ido superando…Y hemos discutido, para mí no era fácil el permanecer al margen, mientras ella se hundía… Ahora, con su pandilla, “Las Valkirias de Carabanchel”, está recuperando la ilusión por la vida, por hacer cosas nuevas, y quien sabe, tal vez así se perdonará a sí misma por haber vivido…
Mi tía Agustina… no sé, es la típica mujer de su tiempo, que lucha entre unos ataques de realismo salvajes, casi iluminaciones, que le van mostrando aquellos aspectos de su vida que no le gustan, y se empeña en cambiarlos… y un carácter tremendamente romántico, que la hacen enamorarse incluso del aire… Necesita sentir… descubrir… y ser descubierta… que la mimen… y mimar…
Por suerte, Félix, su marido, la adora… Igual que sus dos hijos, y sus tres gatos consentidos… pero lo más importante, es que siempre ha estado a mi lado… Poco importa que fuera en persona, o por mail, en cada momento malo… o bueno… o extraño… Siempre ha tenido una palabra, un beso, un abrazo, dispuesto para mí… Aunque es más mayor que mi madre, su alma, su espíritu, es tremendamente joven… Y no se escandaliza de nada… Ni de mis sentimientos, ni de mis actos, o mis pensamientos… A veces, soy yo quien lo hace… cuando me habla de coberturas de chocolate y nata montada… de escapadas románticas con su marido… o de sexo tántrico… Por cierto… mi tía Agustina es inspectora de Hacienda…
Isabel… Mi dulce y tierna Isabel, que tanto me enseñó sobre el amor y sobre el sexo… Al final, pude localizarla a través de la red… Sus apellidos no eran fáciles de confundir… Y hemos retomado el contacto… Igual que yo, ha tenido diversos amantes… Ahora está casada, con otra mujer, y tienen dos hijos, un niño y una niña… De alguna manera, hemos retomado el contacto, y nos hemos acostumbrado a chatear casi todas las tardes…
Y Claudia… Mi querida y amada Claudia… Hemos pasado un mes y pico sin vernos… Y casi todo ese tiempo me lo he pasado llorando por dentro… Porque no he sabido nada de ella… He intentado ser fuerte, racional, lógica… He tratado de embrutecerme con los trabajos de la facultad, que las musas perversas han ido sugiriendo a los profesores, para que no perdamos la costumbre de “pensar por nosotros mismos”… He recordado una y mil veces cada uno de los momentos que hemos pasado juntas, para analizar mis sentimientos, y los suyos, desde el primer momento en que nos vimos… He tratado de adivinar lo que ella iba pensando de mí… El significado de sus palabras, de sus besos, algunos de ellos robados de sus labios…
Durante todos estos días con sus noches, desde que le mandé estas páginas por correo ordinario, he estado esperando una respuesta, sin atreverme a llamarla siquiera, porque no sabía dónde encontrarla, y tampoco quería molestarla, si prefería cortar conmigo… ¿Cómo se puede añorar, echar de menos, lo que nunca se ha tenido?
Y de repente, el domingo pasado, 21 de noviembre… A las cinco en punto de la tarde… Sonó el timbre del telefonillo… Y escuché su voz… “¿Puedo subir?”… Cuando abro la puerta, la veo, sin maquillar, con su melena negra recogida en una coleta, un jersey de cuello vuelto negro, pantalones vaqueros y botines de cuero… Con una mochila a la espalda… Y un patito de goma verde en la mano derecha…
No, lo siento mucho, querida lectora constante, no te voy a dar más detalles… Solamente puedo decirte que ahora tengo dos patitos de goma en la bañera, para mis rituales de domingo… Y que Claudia y yo cogimos a Rocinante, para ver atardecer juntas, desde la colina del parque de Juan Carlos Iº…


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