domingo, 4 de septiembre de 2011

39. CON UN BESO DE MIS FRÍOS LABIOS…


Algunas veces, me gusta mezclar el amor con la muerte, y plantearme si hay un “más allá” para los enamorados… Y de vez en cuando, surgen versos, casi siempre algo tristes… y otras, historias como la que estás a punto de leer…



En las entrañas de la tierra, en ese horror que llaman Metro, sentí una mirada en la nuca, me di la vuelta, y pese al ardiente vagón repleto, supe que era ella quien taladraba mi cerebro, robándome al mismo tiempo el corazón y el alma, mientras nuestros ojos se contaban una antigua historia... No tendría más de quince años, diecisiete a lo sumo, con el largo, lacio y descuidado cabello, cayendo en cascada sobre el rostro pálido, de hoyuelos marcados, inmensos, profundísimos, negros y almendrados ojos, cuello de cisne adornado por una gargantilla de terciopelo también negro, con un camafeo de porcelana, cazadora de cuero, y un extraño vestido negro...



"Por fin te encuentro, me dijo... Tanto tiempo buscándote, sin ver la luz del sol, tantos meses y años, circulando por el Hades... Y estás aquí, en el primer vagón de la línea 5... ¡Tenía tantas ganas de hablar contigo, de verte, de besarte! ¿Ya no me recuerdas? Normal... Hace tantos años...Yo no he cambiado, pero tú... sí lo has hecho...

Aquella primavera de mis dieciséis... Yo era romántica, apasionada, absoluta... Y llegaste tú... el nuevo profe... Y contactamos enseguida, con aquél primer poema de Bécquer, que leíste en tu segunda guardia con la clase... Las fieras no querían callarse, pero tu voz, armónica, obró lentamente el milagro, y te escuchamos... ¡Dios, la de tonterías que se piensan de joven! Me enamoré de ti, ¿sabes?, sin apenas conocerte, creo que fue porque me hiciste comprender la poesía, amar la literatura, y me animaste a pensar por mí misma... Jamás olvidaré nuestra lectura del final de "Cyrano de Bergerac"... Aquella fotocopia que compartimos, tus palabras, sus versos, tu voz... mi voz... Sí, de acuerdo, alguna duda tuvimos, pero las fieras callaron...

Hundir mis ojos en los tuyos, profe, entregarte mi corazón, mi alma entera... sin decirte jamás una sola palabra de las que llenaban mi pecho... Cuatro meses de amor, cuatro meses de gloria, de esperar toda la semana para que vinieras a mi clase... continuar en la segunda fila, ¿recuerdas? ¿Junto a la ventana, iluminada por el sol?

Y buscar en la biblioteca los autores que mencionabas: Khalil Jibran, Tagore, Richard Bach, y tantos otros...  Pero un buen día, te despediste de nosotros, y leímos aquél fragmento de "Romeo y Julieta", con tanto desgarro, que la clase entera se quedó en silencio primero, y después nos regaló una estruendosa ovación... Tenías razón, profe, la tinta, la poesía, amansa a las fieras... y a veces, incluso, consigue que piensen por sí mismas...

Al despedirte, recuerdas, me regalaste un libro antiguo, "Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana", y marcadas, las que compartimos durante el curso... ¡Pero qué bobo eras! ... y qué tierno... Te pusiste rojo como la grana, cuando en tu despacho, me fuiste a besar en las mejillas... y yo giré la cara, y te robé un beso en los labios... con aroma a café con leche y donut... Aquél verano, leí compulsivamente, devoré varias veces el libro entero... memorizando muchas estrofas, por tenerte más dentro, recordando tu voz... y lo extraña que sonaba en la clase, primero con el ruido, y después... en el silencio... Ese era tu don: callar a las fieras, y funcionaba bien, pues nos hacías sentir, no sé... distintos... importantes… quizás incluso más buenos… De vez en cuando, te gustaba hacer el ganso, ¿recuerdas? Y te ponías a interpretar, tú solito, la escena del balcón, siendo a la vez Julieta… y Romeo… Y lo que en otro profesor habría sido una cursilería, en ti quedaba especial, íntimo… A veces nos hablabas de los viejos tiempos en la radio, y en vez de terminar la clase, comentabas algunos reportajes en “El ojo crítico”… Y nos invitabas a investigar, a descubrir las cosas por nosotros mismos… quizás eso era lo mejor de todo…



Te extrañaba tanto, que en septiembre empecé a buscarte, en la web, en listados de profesores... y a finales de octubre, me llamó una amiga, para hablarme de ti, del poeta, del "silenciador", que había llegado a su centro... ¡Eras tú! Tenía tantas ganas de verte, que corrí al Metro... No sé lo que pasó, profe... Quizás fue la puta bota, mal atada... o el vuelo del vestido... Me resbalé... Caí rodando por la escalera... Y con el último peldaño, me partí el cuello... No sufrí, al menos... Morir así... A los dieciséis... Con un libro de poesía en la mano, y en los labios el recuerdo de un beso...

Tenía ganas de verte, de estar contigo una vez más, tantas ganas, que me quedé allí, observando cómo se llevaban mi cuerpo, mi libro… No hubo luz blanca al final del túnel, ni nadie vino a recogerme… Por eso, me quedé aquí… circulando por los mil y un andenes, trenes, estaciones de la red de Metro... Buscándote sin cesar... Durante todo este tiempo…

¡Cómo iba yo a saber que ni siquiera estabas en Madrid, pues cambiaste de trabajo y de ciudad! Mas hoy, por fin, después de tantos años, te veo... Me recuerdas, lo sé... ahora sí... por el libro... No llores, profe... que no tienes la culpa de nada... Déjame, solamente, susurrarte una última estrofa, y robarte un último beso... Pues con un beso de mis fríos labios, me despido de ti... O quizás no... Para siempre…"



Y eso hizo: noté un gélido beso en los labios, escuché el fragmento de un verso ("Mi corazón no os dejará ni un segundo..."), y se desvaneció, delante de mis ojos, con un susurro de tela, y un tenue aroma a Nenuco... Como si nunca hubiese existido…



Y aquella extraña sensación, por aquél recuerdo de más de veinte años, me hizo soñar de nuevo... Con dragones… y princesas… y ogros buenos…

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