domingo, 4 de septiembre de 2011

31. RITUALES DEL DOMINGO

Son aquellas pequeñas rutinas, que nos permiten medir el tiempo… esos ratos que robamos al tiempo, para ser nosotros mismos… y para encontrarnos de nuevo, si nos hemos perdido… porque son lo que nunca cambia, lo que forma nuestra esencia…


Un patito de plástico amarillo… El mejor compañero para esos largos baños, solitarios y cálidos, que nos hacen recuperar el ánimo tras una dura jornada... Es el mejor momento del día, cuando tengo toda la casa tranquila, las tardes de domingo, cuando mi madre se va con las amigas a la primera sesión del cine, y luego a merendar en cualquier cafetería de la Gran Vía... Son un grupo bastante unido: Marianella, Gloria, Pilar, Elvira… Se conocieron en las actividades culturales de la Junta de Distrito de Laguna: primero el taichí, luego algo de informática… y ahora están aprendiendo fotografía digital… Lo que les permite hacer mil excursiones por todo Madrid… y parte del extranjero. Con sus chaquetas de “Las Valkirias de Carabanchel”…

Sé que dispongo de unas horas para estar tranquila, y me gusta practicar ese pequeño ritual... con música de fondo, suave y muy bajito… por ejemplo, Enya… Las velas, unas veinte o treinta, repartidas un poco por todo el baño, sobre todo por el lavabo, y el borde de la bañera... Me gusta bajar la persiana, creando una oscuridad donde destacan más todavía las titilantes llamas... y algún bastoncillo de incienso... La música, casi siempre Enya, o algo de estilo celta, suave y relajante, muchas veces de tipo New Age, mezclando sonidos naturales, contribuye a crear aquella atmósfera casi de templo…

El agua debe estar muuuyyy caliente, eso sí, con sales de baño, y luego, espuma, aunque utilizo un gel especial... Un conjunto de sensaciones que se apoderan de tu cuerpo y tu alma, según te vas sumergiendo lentamente... Hay que saber esperar un poco, que no se trata de escaldarte los pies (ni el resto del cuerpo), y por eso, muchas veces me quedo sentada, desnuda, en el borde de la bañera, mientras el agua alcanza la temperatura perfecta, añadiendo un poco de agua fría con un débil caudal, y luego, despacito, me voy dejando caer hacia aquella cálida marmita...

A veces, es doloroso, cuando llegas a la ingle, pero otras es muy placentero... La virtud, como siempre, en el término medio... Con la espalda y la nuca apoyadas en el vientre de la bañera, me siento a gusto, protegida, ni me muevo durante unos cuantos minutos, antes de flexionar las piernas, y sumergirme por completo, aguantando la respiración un par de minutos, en ese universo de música, penumbras, incienso y velas...

La pereza me invade, pero al mismo tiempo, sé que no debo entretenerme demasiado, y por eso, empiezo a frotarme la espalda con el cepillo de mango largo, y cuando ya la noto a mi gusto, llega el resto del cuerpo... Muy despacio, con círculos concéntricos, uso la pequeña esponja para frotarme los pies, con cuidado, porque tengo muchas cosquillas... las piernas, aplicando un suave masaje... la ingle, suavemente, con los dedos... y sigo subiendo por el vientre, los pechos, los brazos... masajeo también mi cara, las sienes...

Y termino el ritual de limpieza lavándome suavemente el pelo, aclarándomelo con la ducha, y añado algo más de agua caliente... Cuando la bañera deja de ser cómoda y cálida como el vientre materno, quito el tapón, y dejo que se vaya vaciando lentamente, mientras yo permanezco sentada, y dejo que el agua tibia de la ducha caiga sobre mí como la lluvia en aquellos paraísos tropicales, a los que nunca he ido, pero con los que sueño...

Pero los placeres del domingo no terminan aquí, pues necesito hidratar bien todo mi cuerpo, que generalmente termina un poco arrugado tras mi prolongada inmersión, más de media hora, fijo... Llega el momento de las cremas ligeramente perfumadas, y si hace frío, secarme con la toalla, pero casi siempre dejo que me seque el calor de la propia habitación... El complemento perfecto, ropa interior sencilla, un buen chándal de felpa, viejo pero extremadamente cómodo, una camiseta de Pink Floyd o de Iron Maiden, y si hace falta, los calentadores... Con eso, un par de bolas de helado de dulce de leche, y el sofá del salón solamente para Humfrito y para mí, mientras veo una peli, marcan el final de los rituales del domingo... Los demás días, prefiero una ducha rápida, para despejarme… 

Pero también obligaciones complementarias, pues tengo que retirar todas las velas, ventilar la habitación, limpiar bien la bañera, casi siempre unos minutos antes de que vuelva mi madre... Creo que Laura, mi madre sabe perfectamente hasta qué punto necesito el tener un poquito de intimidad, de estar sola en casa, y por eso, imagino que a veces, es ella quien impone que los paseos del grupo (“Las Valkirias de Carabanchel”) se realicen los domingos por la tarde… ¿A ti, lector constante, no te pasa a veces lo mismo con tu madre? ¿Qué algunas cosas no hace falta decirlas, porque ella “lo sabe”, sobre todo aquellas que preferirías mantener de algún modo en secreto? Porque las madres saben muchas cosas… incluso algunas, que preferiríamos que ignorasen… Por eso son madres, supongo…

No, todavía no he compartido uno de estos baños con otra persona, y por supuesto, no en mi casa... aunque lo he pensado varias veces... sobre todo cuando llevo un tiempo sin ver a Claudia, como hoy... Entonces, me pregunto qué sentiría, si fuera ella quien lavase mi espalda, y yo la suya... Si ella me acariciase entre los senos con la esponja… ¿Tendría que tomar yo la iniciativa todo el tiempo? ¿O ella se incorporaría al juego desde el comienzo? Supongo que es algo bastante típico en mí, el complicarme la existencia imaginándome la evolución de algo que ni tan siquiera ha comenzado, el preocuparme por su reacción ante un hecho concreto que ni siquiera se ha producido… y que tiene las mismas oportunidades de producirse sin que ella quiera, que el Titanic de regresar a puerto… A pesar de lo que haya escrito Clive Cussler en su libro “Rescaten el Titanic”, no hay muchas posibilidades de conseguirlo, y los restos del casco, que dentro de poco tiempo cumplirán sus primeros cien años bajo las aguas, se han degradado muchísimo… Al menos, pude visitar la exposición sobre el Titanic que se celebró en 2009 cerca de la Plaza de Colón, y noté un escalofrío al pasar la mano por la recreación del iceberg… Y quizás, me sentí un poco más frágil, al contemplar la exigua colección de objetos que habían superado el paso del tiempo: platos de porcelana, finos vasos de cristal, materiales de escritura…

Cuando nos veamos de nuevo, espero que tendré las ideas más claras, que de una vez por todas me atreveré a ser fuerte, a decirle lo que siento por ella… De todas formas, el “no” ya lo tengo… Bueno, de momento tendré que conformarme con mi patito de goma, que me observa atentamente mientras me baño... Aunque su sonrisa me parece algo inquietante… mientras viene flotando hacia mí desde el otro extremo de la bañera… ¿Se habrá escapado de alguna peli de Tim Burton? Mientras no haga el mismo tipo de cosas que en la película “Pesadilla antes de Navidad”…

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