domingo, 4 de septiembre de 2011

36. TOCANDO EL CIELO


Domingo por la tarde, en Madrid... entre lluvias y claros, pasan las horas, y se acercan los viejos ritos... Y aparecen algunos recuerdos... Y demasiados sueños...

Caminar sin rumbo por el parque desierto, con el suelo oliendo a lluvia, y la humedad elevándose, perezosa, ingrávida, entre los arbustos y los matorrales, que forma suavemente una especie de niebla... El sonido de mis botas en la tierra empapada, la húmeda succión que parece ligarme a lo real a través del cieno, y la impresión de estar estrenando el atardecer... O de asistir al final del día, en butaca de patio, como única destinataria de la sinfonía de olores, colores, las caricias del viento entre los árboles, de algunos recuerdos muy dispersos, incluso dos o tres buenos... que no todo van a ser tristezas ni pesares…

Frente a mí se alza el que antaño fuera mi parque de juegos, con su castillo, los balancines, los columpios… Por donde todavía pululan los fantasmas de todo lo que viví, en este lugar mágico y, sobre todo, libre… Aunque ahora me parece mucho más pequeño…

Cuando eres niño, algunas cosas parecen más sencillas, más factibles... Como tocar el cielo desde un columpio... Y siempre le pides al “adulto”, que igual puede ser un padre, un hermano mayor, un amigo, le gritas “¡Más alto! ¡Más alto!”… entre risas, mientras te sigues elevando en el aire… y solo te quedas contenta cuando, con un tremendo crujido metálico, los eslabones de la cadena se enroscan en el travesaño superior… Cuando sales despedida, con un suave planeo que parece extenderse hacia la eternidad, aquella ingravidez, que se prolonga durante escasos segundos… hasta que terminas estrellándote contra la arena amarilla… y cuando te levantas, o te levantan, dudas entre reí o llorar… y terminas escogiendo en función de la cara de los “adultos” que han asistido a tu peculiar vuelo…

Al ver los columpios, con el inmenso charco de agua que inevitablemente recubre las rodadas de los pies de los niños, viajo al pasado, y recuerdo el frescor del aire, la sensación de ligereza, casi de abandonar el cuerpo, las visiones del cielo azul del verano, lanzarte con los pies por delante hacia las nubes, siempre más alto, siempre más lejos, que si te das impulso con un poquito más de fuerza, lograrás volar como los pájaros... Y durante aquellos breves instantes, tanto en el recuerdo como en el presente, porque al final no he podido resistirme a subir en el columpio (como solamente los adultos saben hacerlo, con esa mezcla de placer prohibido y de miedo al ridículo y de pánico a caerte al suelo)...

Noto que estoy tocando el cielo...



No hay comentarios:

Publicar un comentario